Ayer hacía un calor de mil demonios y yo andaba haciendo gestiones por la calle. Después de un rato decidí sentarme en una terraza a tomarme un refrigerio. La vejiga se me infló y pedí la llave del baño, y no sé por qué demonios la pasé para hacer pis, pero lo hice. Pero cuando volví a abrir la puerta, resulta que no abría. Está dura, pensé. Cogí papel para que no me resbalara y darle más caña, pero ni así. Aquel baño era mínimo. Yo ya, por ese entonces, tenía la camisa pegada al cuerpo y estaba sudando a chorros. Qué cosa tan desagradable. Empecé a aporrear la puerta, pero como estaba en un pasillito interior, nadie me oía. Qué estrés. Y venga a sudar con ese desagradable calor: las gafas las tenía empañadas.

Tras lanzar unos gritos de "¿hay alguien?", noté que al otro lado de la puerta ya habían varias personas preguntando qué pasó. Por un misterioso ventanuco apareció un propio que me ofreció dos destornilladores para no tener que llamar a un cerrajero "porque era carísimo". La situación comenzaba a ser desesperada. Comencé a desmontar la cerradura con los ánimos de la gente del otro lado, pero, una vez desmontada, nadie sabía qué hacer. ¡Como para ser claustrofóbico! Tras 25 minutos de agonía, uno se acercó por la ventana, me dio un bote y dijo: "Dale con tres en uno"..., y mágicamente la puerta abrió. Y digo yo, chiquito sufrimiento por un pis, porque fue un pis, aunque ustedes, como los del bar, seguro que creen que la cosa iba de vientre: malpensados.

@JC_Alberto