Terrible. No entiendo cuál es el triunfo que consigue la causa yihadista con la muerte de paseantes anónimos ni quién se alegra ni dónde ni por qué. Quiero pensar que son cuatro desalmados que se han creado un modo de vida a base de comerle el coco a gente sin corazón capaz de seguir tan macabras instrucciones en Niza, Londres o Barcelona. Una mafia que, como todas, fundamenta su negocio en el terror. Además de la contundencia policial, debería trascender cuál es el negocio de esos cuatro que manejan los hilos: si se trata de venta de armas, tráfico de drogas o pura extorsión. Sin halo espiritual ni fin trascendente, habría menos voluntarios dispuestos al sacrificio para cometer la tropelía.

Fobia. Entiendo la animadversión de los vecinos en ciertas ciudades tomadas por los turistas. La entiendo cuando el piso de enfrente, en tu rellano, lo dedican al alquiler vacacional y es ocupado habitual y reiteradamente por bien nutridos anglosajones, aficionados a beber y a la música electrónica. También la entiendo cuando la subida de precios desplaza a los residentes en el clímax del mercado inmobiliario, tan ávido de beneficios y siempre dispuesto a escuchar al mejor postor. Mas tiene solución: para luchar contra el desorden en la convivencia hay ordenanzas, y para evitar que te echen del barrio de tus amores, la vivienda en propiedad nunca fue mala idea.

Qué derecho. No entiendo, sin embargo, que la fobia desemboque en vandalismo o en molestar a los viandantes, sean turistas o no. Impresionado, confieso, con los mal encarados que hicieron una sólida cadena humana en una concurridísima playa de Cataluña que impedía a los veraneantes introducir sus tostados cuerpos en las aguas del Mediterráneo. Imagine a la guardia civil en la obligación de desalojar a los manifestantes (no les pagan lo suficiente) y a estos, en defensa de su reivindicación, invocando la transgresión de no sabemos qué derecho fundamental.

Aprovechar. Con esto de las microalgas me acordé de Rajoy en el Mundial de Sudáfrica en 2010: la recién proclamada campeona felicitada por un presidente aturdido, "qué majos sois", vino a declarar ante las cámaras a una nación en crisis profunda, acostumbrada a perder en todo desde la batalla de Trafalgar. Me lamentaba entonces de la oportunidad desaprovechada por nuestro inane primer ministro de apelar a la humildad, el trabajo en equipo, la perseverancia y todas esas cualidades de la Roja cruciales para haber llegado a lo más alto, oportunidad para arengar al ciudadano a intentar lo propio para levantar un país deprimido en lo económico y en lo moral.

Microesas. Sean fenómeno natural o artificial, las colonias de cianobacterias han puesto de actualidad los vertidos de aguas residuales al mar. Un problema postergado por la opinión pública y por las autoridades competentes en favor de otros asuntos vaya usted a saber por qué. Eso tiene el sano ejercicio de la política, que, al establecer prioridades por la limitación de recursos, deja pendientes cuestiones importantes. Regenerar el agua es una obligación legal, un compromiso medioambiental inexcusable y ahora, además, urgente. Porque lanzar al mar agua cargada de materia orgánica tiene efectos negativos, claro, y contraviene la teoría de la dilución infinita, felizmente superada. Decía que me acordé de Rajoy porque la versión oficial podría haber sostenido que las microalgas prosperan cuando la gente orina en el agua, como el reactivo aquel que teñía de rojo la piscina, ¿se acuerda? Imagine las consecuencias en cadena: todo el mundo aguantando las ganas y los de Costas desconcertados, obligados por la presión a permitir la instalación de baños que den servicio a nuestras playas; falta picardía.

www.pablozurita.es