El odio es la venganza de un cobarde intimidado.

George Bernard Shaw

¿Por qué odiamos? ¿En qué momento nos deja de importar la vida de los demás para tomar decisiones que pueden acabar con ella? Este es un tema muy complejo al cual la psicología ha intentado dar diferentes respuestas.

Una de ellas es el "miedo al otro", al diferente, a quien no habla o piensa como nosotros. La ciencia de la conducta recoge cómo, cuando nos sentimos amenazados por alguien exterior a nuestro grupo -o a lo que percibimos como tal-, desarrollamos instintivamente un mecanismo de autoprotección. Se producen dos emociones. Amor y odio. La primera se dirige hacia las personas que identificamos como "nuestros". La segunda va contra quienes son los que percibimos como "la amenaza".

Lo paradójico de esta situación es que, en muchas ocasiones, a quienes aparentemente pueden estar en nuestro grupo, y disienten de la forma en que reaccionamos, los pasamos automáticamente al bando del odio. Es un mecanismo primario que consigue que lo que se supone que estamos protegiendo lo terminemos dañando aún más.

Otra de las razones del odio viene de nuestro interior. Nos tememos. Y odiamos en los demás aquello que no nos gusta de nosotros mismos. Resulta más fácil pensar que son otros quienes hacen lo que yo estoy pensando -y no quiero admitir-. Este segundo razonamiento quizás nos ayude a entender las reacciones despiadadas e irracionales tras situaciones terribles como las ocurridas en Bar-celona el jueves por la noche.

En psicología esto se denomina proyección, un término acuñado por Freud para describir nuestra tendencia a rechazar aquello que no nos gusta de nosotros mismos. Tenemos la necesidad de sentirnos "buenos" y expulsamos toda nuestra maldad sobre los demás.

Desarrollamos este método para sobrevivir, ya que toda nuestra "maldad" nos pone en riesgo de ser rechazados y aislados. Reprimimos aquello que pensamos que es censurable (o que los demás con los que queremos encajar piensan que lo es) y empleamos el odio y los juicios contra otras personas, sin distinguir. De alguna forma pensamos que así nos podemos desembarazar de nuestros rasgos indeseables. Pero este método de represión termina llevándonos a serios problemas de salud mental.

La última razón del odio viene de la carencia de amor hacia nosotros mismos. El antídoto del odio es la compasión. Y la autocompasión significa que nos aceptamos en nuestra totalidad. De esta forma sabremos que podemos modificar o potenciar para ser mejores personas.

Cuando en situaciones como las vividas en nuestro país en estos días se habla de compasión, son algunas las voces que se exaltan llamándolo "buenismo" o "mentalidad de cordero". Esgrimen que la única forma de desactivar el odio es con más odio. Obviamente sin ninguna razón. Ninguna reacción de este tipo llevará a la convivencia. Y lo que es peor: se olvida a quienes sufren -y lo que necesitan es nuestro apoyo, comprensión y generosidad-. Algo que afortunadamente no hace la mayoría de las personas.

Pero no podemos obviar que muchas de las reacciones que pretenden combatir el odio con más odio las podemos tener cerca. Comprender por qué ocurren e intentar no difundirlas puede ser nuestro papel en la mejora de una sociedad que tiene mucho por aprender.

Desde aquí quiero enviar mi más caluroso abrazo a mis amigos y amigas cata-lanes y barceloneses. Y a quienes visitan año tras año esta bellísima y acogedora ciudad.

@LeocadioMartin