Lleva menos de un mes de vacaciones, pero desde que entra al centro no puede dejar de dar abrazos. "Te quiero mucho", le dicen los residentes mientras estiran los brazos, buscándola. Reyes Benjumea es la directora del Centro de Adultos Hermano Pedro, una infraestructura financiada con fondos públicos en la que viven 39 personas con algún tipo de discapacidad intelectual o alteración de la conducta. La mayoría no tiene parientes que se ocupen de ellos: vienen de la Casa Cuna o del colegio que lleva el mismo nombre que el centro y que está a pocos metros. "Son muy conscientes de que no tienen nada y quizás por eso han descubierto la esencia de la vida: saben disfrutar", explica Reyes en su despacho. A los residentes el centro les ha cambiado la vida, pero también a quienes trabajan en él. "Aquí dentro hay mucha vida de verdad. Y eso te hace crecer profesionalmente y como persona".

Reyes llegó al centro en el año 2000, solo dos después de que abriera. La Fundación pública Canaria Sagrada Familia se encarga de su gestión, aunque cuentan con el apoyo externo de la empresa Grupo 5 -especializada en servicios sociales y educativos- y de numerosas asociaciones que colaboran de manera voluntaria y altruista con el centro. Así, y siempre con el beneplácito de los usuarios - "son ellos los que tienen que decir qué les gusta"-, han podido diseñar un amplio programa de actividades. Entre las entidades que se han unido al proyecto están Caritas Añaza o el centro de menores Valle Tabares. Con este último han forjado un vínculo sorprendente: jóvenes con medidas judiciales son capaces hoy de ponerse en la piel de estas personas que, teniéndolo todo en contra, han sido capaces de formar un hogar y ser felices. "Ellos son un modelo de vida para el resto y su forma de ver la vida acaba enganchando. También a ellos. En nuestro caso, pasamos tanto tiempo aquí que son espectadores de nuestra vida, conocen nuestros estados emocionales, saben cómo estamos, y te enseñan a darle más importancia a lo que de verdad es relevante, a disfrutar del presente".

No es una percepción. Las risas, los cantos -tienen un programa de música en vivo que incluye micro y público- y los bailes se escuchan por todo el edificio una mañana cualquiera de agosto. Esta familia está compuesta por personas de entre 25 y 60 años, cada una con un perfil diferente. Como el centro es para quienes no tienen recursos, no puede especializarse en un tipo de discapacidad o alteración.

Esta amplitud de diagnósticos "enriquece": los más autónomos intentan situarse siempre con los cuidadores, generar complicidades, y se ofrecen para ayudar a los más desvalidos. Se sienten responsables de ellos y quieren ayudar.

Dos de las chicas con menor grado de dependencia viven en un "loft" dentro de las instalaciones. A Reyes y a sus compañeros se les ocurrió la idea de crear este espacio después de que tuvieran que regresar al centro tras vivir durante años en un piso tutelado. La financiación desapareció y volvieron. "Para ellas eso era un paso atrás: vivían en su casa, se hacían de comer, se organizaban solas". El experimentó funcionó.

No son ellas las únicas que tienen horarios o costumbres propias. De septiembre a julio, los residentes tienen horarios diferentes. Algunos permanecen en el centro todo el día y llevan a cabo las actividades que se desarrollan en él; otros van a servicios externos especializados durante la mañana. Más de 50 profesionales trabajan en el Hermano Pedro de una forma u otra, ya sea a través de la propia fundación o de Grupo 5.

En agosto las actividades cambian, porque todas las entidades no prestan los mismos servicios, pero el centro sigue ofreciendo un amplio servicio de talleres. Además de las clases de baile (y casi de canto también, porque todos se saben a la perfección las canciones), autoimagen o canto, en las distintas terrazas del edificio puedes encontrar a un grupo que prepara un periódico y está debatiendo sobre el logo - "queremos que sea algo que tenga valor para nosotros"- o otro concentrado en identificar, en imágenes, qué les hace felices y qué tristes. Las risas y las voces se escuchan por la casa.

El edificio está justo detrás de la Casa Cuna y tiene vistas a la autopista, pero también es posible contemplar el mar y el horizonte. La parte baja es muy luminosa los días de sol y cuenta con unos jardines a los que también les han proporcionado un nuevo uso, un huerto que ya ha dado muchos frutos: berenjenas, tomates, cebolletas, manzanas y coles.

En esa misma tierra han habilitado un espacio para un proyecto de acuaponía. Se trata de un sistema de producción sostenible de plantas aromáticas y peces que se realimenta. Las plantas se colocan encima de una especie de tanques para que se alimenten de los residuos de los peces que viven en ellos. Ayudan a mantener la calidad del agua en la que viven, explica Yurena Cruz, la responsable técnica de la fundación.

Los servicios de lavandería y comida son externos, pero la mayoría de los residentes contribuyen en el resto del proceso que exige cualquier convivencia. No solo ordenan sus armarios, sino que doblan la ropa que trae la lavandería y organizan los "tupper". La empresa encargada de la alimentación diseña una gran variedad de menús acorde a los requerimientos de cada miembro de esta gran familia. "Estos servicios facilitan la autonomía de los usuarios", destaca Reyes.

El centro dispone, además, de una sala multisensorial para estimular a los residentes que tienen más dificultades de comunicación. "Buscamos cualquier tipo de relación con elementos externos o afectivos", explica Diego, uno de los fisioterapeutas que trabaja en el centro a través de Grupo 5. La música es un aspecto clave, pero se usan distintos métodos, incluidas actividades más físicas, para favorecer la comunicación. "Intentamos estimular todos los sentidos, la vista, el oído, el tacto... Las cinco personas que están aquí no son capaces de comunicarse verbalmente", explica.

Solo hace falta pasar un rato en el Centro de Adultos Hermano Pedro para saber que aquí todos los días son especiales. Sin embargo, si ellos tienen que elegir el día más importante del año, lo tienen claro: el Día de Canarias.

"Nuestra Nochebuena es el 30 de mayo", dice Reyes. Ese es el día en el que el centro se viste de gala, abre las puertas y celebra una gran fiesta a la que invitan a todos los que están vinculados de alguna manera con el centro. "Son unos grandes anfitriones de su hogar", pero también de su vida.