A mis amigos, a los jóvenes y a los de mi edad, les aconsejo leer. Leer poesía. Leer ensayos. Leer para saber y no sólo leer para distraerse de lo que pasa. Leer para estar alerta, para ser mejores. Para estar mejor con los otros. Leer para conversar. Leer para saber que lo que pasa ya pasó, pues nada hay de veras nuevo bajo el sol y es cierto que hubo otros dramas en el mundo que se parecen a este. Porque ahora estamos viviendo un gran drama en el mundo. El drama de la guerra. La tercera guerra mundial, que todavía no se ha declarado, pero que florece con sus flores oscuras. Las grietas del mundo están llenas de flores oscuras. La última fue depositada como una bomba de relojería en Las Ramblas de Barcelona.

(Nosotros tenemos otras Ramblas, las Ramblas de Santa Cruz. Se llamaron del 11 de febrero, por la primera República, fue la Rambla de las Flores, y el Iscariote que tuvimos al mando, y que fue alto mando militar en Canarias primero, permitió que llevaran demasiado tiempo su nombre, Rambla del General Franco. Mis amigos republicanos de la época de la dictadura la seguían llamando Rambla del 11 de febrero. Y hasta el final de sus días todos ellos fueron apasionados paseantes de las Ramblas con su nombre republicano).

Lo que ha ocurrido en las Ramblas de Barcelona representa ese deterioro del mundo al que aludo al principio; parece una explosión cuando ocurre, pero no es tal explosión: es, retardada, consecuencia de otras guerras, de otras particiones del mundo; es producto, también, del malestar mundial que se percibe en el aire y que a veces se expresa sólo en las redes sociales o en el malhumor de la sociedad, expresado en bares o en estadios. Cuando todo eso alcanza su punto de ignición es la guerra. Y estamos en guerra. El origen, esta vez, como tantas veces, es el fanatismo, religioso o político, patriótico o sentimental, contenido o expreso. La incertidumbre que se vive, así como el malestar, tiene todos los colores, la religión, el fanatismo político, los nacionalismos extremos o atenuados... No es una sola la que conduce ahora esta guerra.

Y esa conjunción dramática de hechos que convierten ahora el mundo en un polvorín que se agita en golpes como el de Barcelona (o como el de Atocha, como los de Londres, como el de las Torres Gemelas, como el de Berlín, el de Niza, etcétera) es lo que se daba, de otra manera, cuando se puso en marcha la horrible maquinaria de la segunda Guerra Mundial. Ahora he estado en Menorca, adonde vengo con cierta frecuencia. La primera vez que vine, hace más de treinta años, me empeñé en encontrar, y encontré, La Náusea de Sartre. Tenía entonces, como ahora, como una sensación dramática en el estómago, como si necesitara leer ese libro para entender tal momento de mi espíritu.

Y ahora que he venido por enésima vez a Menorca, a esta tierra que dio origen a Albert Camus, he sentido otra vez esa pulsación, seguramente a raíz del drama de Barcelona. Me sentí triste, como ante un acontecimiento que no va a ser el primero que vivamos en estos años que vienen, que serán peores, más ciegos aún, como profetizaba Rafael Sánchez Ferlosio. Y otra vez he querido encontrar, para releer, un libro específico, no cualquier otro. Ese libro es El mundo de ayer, en el que su autor, Stefan Zweig, ya exiliado de todas las patrias que perdió, viviendo su angustia en Brasil ("la tierra del futuro, y siempre lo será"), rememoró los ruidos que hubo antes de la segunda gran guerra. El libro es consecuencia de su drama. Y ese drama que va contando se parece tanto al que estamos viviendo que yo aconsejo leerlo no sólo a los de mi edad, para que sepamos a qué estamos expuestos, sino a los jóvenes, para que sepan que las antiguas experiencias están siempre al doblar la esquina.