Una familiar que trabaja en una clínica veterinaria me contó algo insólito. Una jovencita gótica, a modo de las hijas del expresidente Zapatero, acudió ataviada con una sudadera y capucha al mostrador de la consulta. Al asomarse la auxiliar a ver al animal, bajó la cabeza pero nada vio. Tras preguntarle a la siniestra joven qué deseaba, esta sacó del bolsillo del jersey tremenda rata negra con enorme rabo: "Es ella -dijo-, tiene una infección". Nos ha jodido, era una rata de alcantarilla de mil pares de demonios; si no llega a tener una infección, no es rata. Y qué digo una, miles. Apocada y con la mirada perdida, la friki prosiguió: "Hace días que no me come y es a ver si le pueden pinchar un antibiótico". Mientras, a todas estas, no dejaba de acariciar al horrendo bicho, que dicho sea de paso también es hija del señor, aunque de un mal día del señor.

El animal medía cincuenta centímetros de cuerpo más la cola, y era una mascota adoptada de la calle, de las alcantarillas. Pelo negro, ojos negros y rabo negro: vamos, para besarla con lengua. Parece ser que si bien es extraño, no es del todo insólito que determinadas personas tengan como mascotas semejante engendro. Una vez, en el Ayuntamiento de Santa Cruz, me dijeron que en la ciudad había seis ratas por cada habitante, es decir, en torno a 1.200.000 ratas. Esto sugiere que si nos descuidamos, las que nos adoptan son ellas a nosotros. Y créanme que, por su tamaño y su carácter, a determinadas ratas habría que tratarlas de usted.

@JC_Alberto