Ellos lo sufren todos los días. No son platós de cine donde los especialistas sortean las bombas y las balas. Son civiles, niños, mujeres, hombres, abuelos, un sector de la población que rifa su vida al son de las terroríficas baladas que el ISIS ejecuta siguiendo el dogma del wahabismo, la corriente más radical del sunismo. El 80 % de los muertos por terrorismo yihadista son musulmanes, y es, por desgracia, lo que ocurre todos los días en el mundo árabe: los asesinan, directamente, matan a familias para exterminar a los chiíes en Oriente Medio mientras extienden el terror por Europa, los enemigos del Califato. Tras los atentados de París, Bruselas y Barcelona, la ola de odio racial se ha apoderado de gran parte de la población, que entiende que una chilaba o un pañuelo son sinónimo de posibles terroristas, fomentando la islamofobia que tan bien le viene a los radicales gracias al "marketing" de los grupos neonazis europeos. Eso es una salvajada tal como catalogar a todos los vascos como terroristas o, en esencia, a todos los católicos con la sociedad paramilitar El Yunque. La islamofobia la vemos a diario, en la calle, en la guagua, en el tranvía o en el supermercado, con aseveraciones y frases célebres como "yo no permitía que entraran a Europa porque hay mucho terrorista entre los refugiados"; "si tanto los defienden que los metan dentro de sus casas a ver si son tan solidarios", o "los inmigrantes nos quitan los puestos de trabajo". Son criminales amparados en una lectura tergiversada del Corán, asesinos con motivaciones también de índole económico, porque no podemos olvidar que el Estado Islámico fue en 2014 la organización terrorista más rica del mundo tras superar a Al Qaeda, con fuentes de financiación basadas en impuestos, extorsiones, petróleo o tráfico de antigüedades. Los terroristas controlan 130 entidades bancarias, y completan sus ingresos a través del gas, el cemento, el cereal, las donaciones, el tráfico de droga, los secuestros, la trata de mujeres o el tráfico de órganos humanos. Y dentro de toda esta masacre, el papel de los políticos y su doble moral sacude aún más un problema internacional con una solución indeterminada. Es aquí cuando entra en escena España y sus relaciones con países que financian al Estado Islámico, como es el caso de nuestra amiga Arabia Saudí: venta de carros de guerra, proyectiles, entre otros. El ISIS se lucra haciendo negocios con la dictadura saudí, fundamental para entender el desarrollo de este grupo. Como acertadamente explica el investigador y doctor en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense Alejandro Inurrieta: "Nos solidarizarnos con tantos inocentes, aquí y en Bagdad o Yemen, pero también hay que alzar la voz ciudadana contra los que se están lucrando haciendo negocios con la dictadura saudí y que son protegidos por el velo de lo políticamente correcto que invade nuestra sociedad. Tengamos memoria y fuerza para cambiar el relato que se nos impone desde las alturas, y despreciemos a quienes nos lo falsean diariamente. El terrorismo lo cometen las personas, no las religiones, pero estas siempre tienen un apoyo económico y logístico, y este apoyo está muy cerca de nosotros y tiene nombre y apellido. Solo hay que tener el valor de denunciarlo y boicotear su consumo". No caigamos en la trampa del odio y la xenofobia, porque eso, precisamente, es lo que quieren los asesinos.

@LuisfeblesC