Por desgracia no es la primera vez ni será la última que España se sobresalte por la acción terrorista. En el País Vasco sabemos mucho, demasiado, de lo que supone un atentado, lo que impacta ver cuerpos destrozados y sabemos, sobre todo, que siempre los terroristas se confunden con el paisaje. Son siempre personas normales, cuando no estupendas. También sabemos todos los españoles que los lutos duran lo que duran y que una vez superados casi todo vuelve a estar donde estaba.

Ha sido esta una semana de luto. De luto en Cataluña y en el conjunto de España. Se han estremecido los catalanes y todos los españoles, y de manera especial las familias de las víctimas. La sinrazón ha destrozado vidas y proyectos, y el alcance y dimensiones de la célula terrorista ha dejado a todos, incluidos los responsables policiales, sin palabras. ¿Quién iba a imaginar tanta ignorancia en un país como España, admirado por su buen hacer policial y de inteligencia? Pues ha ocurrido y todavía nos falta mucho por saber, y cuando sepamos todo, si algún día esto ocurre, nos quedaremos aún más sorprendidos.

En esta semana de luto, el eslogan ha sido "no tinc por", "no tenemos miedo". Pues somos muchos, muchísimos los que lo tenemos. ¿Cómo no tener miedo cuando personas normales, incluso encantadoras, están dispuestas a matar a quien se le ponga por delante? Los que sí tenemos miedo no debemos avergonzarnos. El miedo es un atributo de los valientes, que lo son porque hacen lo que deben a pesar del miedo. La cobardía es utilizar el argumento del miedo para dejar de hacer lo que se debe y nosotros, los que creemos que no se puede matar en nombre de Dios, ni en nombre de patria alguna, debemos seguir haciendo lo que hacíamos antes del terrible atentado.

El luto ya está dejando paso al clima político al que nos hemos venido acostumbrando. Los responsables políticos han hecho y harán durante un par de días más todo un ejercicio de mostrar unidad. Nadie ha querido polémica alguna, salvo declaraciones contadas y tan extravagantes, tan fuera de lugar, que no merecen ni una línea. Pero esta unidad, obligada por los acontecimientos porque lo contrario hubiera sido algo más grave que un error, se acabará pronto. Si se trata de vivir con normalidad, nuestra normalidad política es más que convulsa. En nada volveremos a hablar de Cataluña, cuyo Gobierno no se ha planteado ni por un segundo desandar el camino que lleva a ninguna parte, y menos después del atentado, porque aun cuando lo prioritario sea la seguridad, desde el independentismo hay tal satisfacción por la actuación de los servicios policiales, médicos, de emergencia, etc., que, sin duda, a más de uno le habrá reafirmado en su objetivo independentista. Decirlo abiertamente sería una obscenidad, pero que nadie dude de que esta lectura existe.

En esta vuelta a la normalidad veremos a Rajoy volviendo a hablar de la Gurtell en el pleno del Congreso, porque el PNV no quiere cargar con el sambenito de ser muleta del PP. Veremos a un Gobierno que tendrá que tragarse en más de una ocasión su débil posición parlamentaria y a una oposición en la que el PSOE tratará de ser el líder incuestionable de la dispersa izquierda. Tras el luto, todos volveremos a ser lo que éramos. Todos menos las víctimas y sus familias. Para ellos y solo para ellos -no hay que engañarse- el atentado de La Rambla ha supuesto un antes y un después.