El Tejal es una amplia franja que se extiende desde el terminal del Jable, cuando se inicia el camino desde Asábamos hasta el Tamaduste , ensanchando su horizonte por encima del Cangrejo tras pasar por los letreros de La Candia hasta llegar al lindero de la Capellanía.

Y en El Tejal una finca y una casa. La que divisábamos antes de llegar a la Asomada Alta, junto con otra paralela al camino perdida entre viñedos e higueras, que nos sorprendía con su dueño, al que se conocía por Pepe Piz. Llegó un momento que tuve conocimiento que gran parte de El Tejal y la casa, edificada en 1850, pertenecía por herencia a las hijas de tía Amelia, Dolores y Amelia, que los veranos desde Tenerife se acercaban a ella para disfrutar sus vacaciones.

Estando en el Tamaduste subía por el camino que bordea el Roque de las Campanas y, atravesando un sendero lleno de viñas, llegaba al Tejal para conversar con mis parientes en aquel banco de madera donde se contempla un espacio que abarca desde el mar hasta Los Picos, que hacía que la isla nos sorprendiera por su esplendor y color.

Con el paso del tiempo El Tejal siempre ha estado en la memoria como recuerdo de momentos gratificantes y con el deseo inconciente de pretender volver a recorrer de nuevo su camino.

Contacté con mi primo Ramiro, que administra y lleva la casa y finca de El Tejal, y comprobé cómo la casa continúa conservando sus historias y majestuosidad en un marco geográfico de belleza singular.

Pero como la isla guarda sorpresa tras sorpresa y, no teniendo claro si fue edificada por José Blanich Cumella, un catalán que fue confinado en la isla por represalias durante la primera guerra carlista y que, además de ser varias veces concejal de Valverde y alcalde, fue el primer juez municipal que tuvo la isla, puesto que hasta ese momento la justicia la impartían los alcaldes.

Y efectivamente contrasté que fue construida por este catalán, el año 1850 (tatarabuelo nuestro), que dio esplendor y riqueza a una finca donde aún, entre otras cosas, conserva su viejo lagar.

Ramiro me guardaba una sorpresa al mostrarme el retrato perfectamente dibujado del catalán en 1840, lo que me llevó a su conocimiento más cercano, pleno de emotividad, al rememorar y comentar cómo muchos de los que a la isla llegaron, sobre todo confinados por motivaciones políticas, contribuyeron en gran manera al progreso de El Hierro.

El Tejal, de nuevo, nos condujo a la quietud que la naturaleza de la isla guarda como otros muchos rincones que llevamos en la memoria, y que cuando conectamos y nos recreamos en su realidad, podemos decir que el camino hacia él bien mereció la pena.