Hace ya muchos años hacía cábalas sobre el futuro de Cataluña y España. Me las hacía porque no las leía ni oía. Por ejemplo, siendo alcalde de Barcelona Trias, al ver el auge y desfachatez de los radicales en Barcelona, pensaba en el desplazamiento de la burguesía catalana, con la cesión de su hegemonía ideológica, social y simbólica, en la sociedad. Era un proceso ascendente. Como el que viví al final del franquismo. Un reemplazo de hegemonías.

También era capaz de prever que de seguir el curso separatista como si fuera un paseo militar alcanzaría cotas en que se generarían fuerzas y actitudes que dejarían de ser tan extremadamente condescendientes y entreguistas al "diktat" propagandístico de la licitud de todo (relativismo posmoderno) en su más delicuescente abstracción. Durante años tuvimos que oír que la denuncia al nacionalismo catalán únicamente podía provenir de un simétrico nacionalismo español. Como si no hubiera un intento objetivo y político de borrar el español de la escuela, universidad, administración, instituciones e incluso de la calle y uso social. Xenófobo. Se perseguía con multas la rotulación en español, mientras estabulaban a una prensa dictada y cautiva. Construían un modelo de sociedad monolítica y excluyente hasta el dominio absoluto de una ideología religión (como se ha teorizado del nacionalismo). Entre bosques de esteladas rugientes la española era una anomalía fascista (¡la inversión radical!). Ante este rodillo de prácticas totalitarias, la propaganda separatista acuñó numerosos eslóganes tan ridículos y cínicos como falsos. Pero que fue acogido en el resto, por ese magma buenista, progre, de equidistantes con presunción de ecuánimes (y meditados), que habían sustituido crítica y análisis racional por el sentimentalismo, un moralismo ñoño y una tierna comprensión. Así hablaban de amar Cataluña, de ser amables y sonrientes con ellos, como adolescentes de ripios lacrimógenos. En esta deriva antirracional se lanzaba el bulo de que era Rajoy el que creaba independentistas. Otra muestra de superficialidad y perversión intelectual.

Todas estas perversidades y mentiras calaron en la franja más bendita y acomodaticia de España. En el relativismo delequidistante, tibio, timorato, elusivo y cobarde. La psique social que no soporta el conflicto, la adversidad, lo real dado, el desafío del imponderable. Que confía en dos talismanes: "diálogo" y "negociación". Aunque sean absolutamente incapaces de explicar "cómo" dialogar y negociar "qué", porque los separatistas lo excluían de raíz de manera expresa y con actos rotundos. ¡Pues aun! Tampoco concebirán la crisis de Corea, que pasen esas cosas. Temen la vida y siempre la amañan.