Su voz ha sonado con éxito en los grandes santuarios de la ópera mundial, es un referente belcantista de primer nivel y defiende los cánones tradicionales sin obviar la revolución que está en marcha desde hace unos años. La italiana Mariella Devia (1948) imparte una "masterclass" en la Sala de Cámara del Auditorio de Tenerife. Diez alumnos asimilan los consejos de una soprano que sabe lo que es triunfar en la Scala de Milán, el Metropolitan y el Carnegie Hall de Nueva York, la Royal Opera House de Londres o París. "Si quieren aprovechar esta oportunidad, espero que no me vean como una persona inaccesible", recomienda.

¿Cuáles son las alteraciones más visibles que usted percibe hoy en día en la ópera?

Los cambios más evidentes se han producido en la dirección de escena, pero también existe un rigor musical mayor. No obstante, todo está condicionado por el descenso en los presupuestos. Yo conozco bien lo que ha sucedido en Italia, pero esta involución es un problema internacional.

La crisis pasa factura, ¿no?

Sí, muchísimo... El público no ha perdido interés por la ópera, ni esta ha perdido su "glamour", pero es verdad que cuando falta el dinero las posibilidades de hacer grandes proyectos disminuyen. Hay cantantes que son más divos que otros y esos siguen en lo más alto, pero los que manejan la parte económica saben que la cultura no genera unos beneficios rápidos y, por lo tanto, no siempre están dispuestos a realizar ese tipo de inversiones.

¿Cómo valora la evolución que ha tenido este género musical en Tenerife desde su primera actuación?

Mis primeros recuerdos están asociados con un pequeño, pero bonito, teatro (Guimerá) y con el vínculo que existía entre los componentes de la Asociación Tinerfeña de los Amigos de la Ópera y los cantantes. Hoy la situación es completamente distinta. Existe un gran espacio de representación y los niveles de calidad han aumentado. El papel que tiene la Orquesta Sinfónica de Tenerife en la actualidad no es comparable con el que yo me encontré entonces. ¡Todo evoluciona!

¿Qué sensación le transmiten los jóvenes que quieren tener un futuro en la ópera?, ¿se ve identificada con ellos cuando recuerda sus inicios?

Lo primero que debo decir es que hoy existen más prisas por llegar que en mi época. Creo que es una equivocación no prestar la atención y el tiempo necesario a un trabajo que es la base del que será su oficio. A muchos jóvenes de hoy les faltan pausa y horas de estudio. Lo importante no es lo que quieran cantar, sino lo que pueden cantar. Hay que saber medir las posibilidad reales de cada uno.

¿Esas prisas de las que habla pueden condicionar una carrera?

Querer cantar una ópera antes de tiempo siempre es un riesgo... La voz tiene que madurar sin presión. Yo, por ejemplo, sabía que tenía que esperar por "Norma". De joven lo veía como algo inalcanzable, pero con el tiempo sí pude afrontar ese rol... Un solista tiene que tener personalidad para saber cuándo ha llegado su momento.

Usted ha visto evolucionar el género en distintas direcciones; habrá sido testigo de cómo las grandes voces dominaban un título, el auge de los directores o, más recientemente, cómo los maestros de escena tomaban el control. ¿Cuál es su visión de lo que está sucediendo en la actualidad?

Esas tres fases se han dado. El protagonismo que tiene el director de escena hoy es un proceso natural porque el público está acostumbrado a otros lenguajes artístico como el cine o el teatro. No estoy en contra de modernizar la ópera, pero me preocupa que ese grado por innovar implique cambios en el libreto original o en los roles de los personajes. En la ópera hay cosas que son intocables; que no se pueden mejorar.

¿Entiende que esa especie de "lavado de cara" se use como un gancho para renovar la audiencia?

Ese intento por atraer a los jóvenes existe, en Italia con menos interés que en otros lugares donde la música se convierte en un elemento más de la educación, y recurrir a innovaciones escénicas se convierte en un elemento de atracción que genera el interés de un público que no está acostumbrado a ir a una función de ópera. En mi país las cosas funcionan de otra manera; allí la ópera es una tradición y la gente se acerca de manera natural. Es verdad que no podemos presumir de la educación musical que tienen otros países, pero tenemos un instinto que nos lleva al teatro. Si la primera vez que vas a la ópera pasa algo en tu interior, la segunda es la confirmación de que has enganchado a un aficionado.

¿Por qué cuesta introducir las nuevas composiciones al calendario operístico?

Eso es algo difícil de cambiar, aunque poco a poco se ven algunas variaciones... La ópera necesita al público y todos sabemos que la emoción está en los títulos amados. Lo otro está por descubrir.

¿Le sorprende la calidad de las voces que existen en Canarias?

Lo decisivo no es el tamaño del lugar en el que hayan nacido esas voces, sino las posibilidades reales que van a tener de acceder a unos estudios que les permitan competir en igualdad de condiciones. Eso es algo que se ha dado en diferentes casos y para mí no es una sorpresa. La voz es importante, pero hay que acompañarla con unos recursos que forman parte del aprendizaje.

¿Cree que los alumnos de esta "masterclass" se sentirán intimidados?

Yo me siento una persona muy normal (sonríe)... Si quieren aprovechar esta oportunidad, espero que no me vean como una persona inaccesible. Transmitir mis experiencias en "I Capuleti e I Montecchi", una ópera en la que debuté con Riccardo Muti y que he cantado muchas veces, es un atractivo a la hora de estar con estos jóvenes. Cuando empiezas sí que percibes que en la sala existe un poco de distancia o respeto, pero esas barreras van cayendo conforme avanzan las sesiones. La parte pegadógica también es reconfortante.