El Cabildo de Gran Canaria ha anunciado que creará su propio órgano de evaluación ambiental, una suerte de Cotmac propia, integrada por dos órganos -uno técnico y otro político- que garanticen la coherencia del territorio y la protección del paisaje grancanario. Antonio Morales anunció su intención de dotar al Cabildo de un órgano de evaluación ambiental insular durante la inauguración de unas jornadas organizadas por el propio Cabildo para analizar la Ley del Suelo.

En realidad, el anuncio de Morales es puro metalenguaje o -si me apuran- pura metapolítica. Cada vez más, los conflictos políticos se enquistan en el terreno del lenguaje y no se resuelven en el terreno de la gestión. ¿El Parlamento regional decide cambiar de nombre -y competencias- a la antigua Cotmac? Pues el Cabildo grancanario, partidario de que eso no ocurra, anuncia que creará su propia Cotmac. El encaje del organismo insular en el funcionamiento que regula y define la nueva Ley del Suelo, sus atribuciones y competencias, ya se verán. Lo importante es hacer ver que -frente a quienes han hecho desaparecer la Cotmac, aprobando una ley que contempla el cambio de sus funciones- Gran Canaria creará otra Cotmac.

La cuestión es que todo es una pura mentira, una filfa para titulares despistados. La ley prevé de hecho la constitución de organismos insulares y municipales que permiten acelerar y descentralizar los procedimientos antes atribuidos a la Cotmac. Cuando Morales dice que Gran Canaria creará una nueva Cotmac insular, lo que está diciendo es que cumplirá la ley -como no podía ser de otra manera- aunque para quienes le escuchan lo que parece que dice es todo lo contrario: que se resistirá a cumplirla y que mantendrá organismos que la normativa actual sobre territorio y urbanismo ha eliminado.

Así estamos. Cuando la política es solo manifestación de voluntades, uso abusivo del lenguaje, mantenimiento artificial de los conflictos en el plano del discurso, cuando se olvida que la función de la política en las sociedades modernas es básicamente atender a los ciudadanos, entonces es que algo va muy mal.

Ocurre que la gente normal y corriente, la no polítizada ni enfadada, lo que quiere son resultados, y no palabras. Lo que quiere no son estadísticas ampulosas sobre agua depurada o sobre inversiones para tratar el agua, sino saber que cuando tira de la cadena del retrete, las aguas negras no se vierten al mar, sino que se tratan y se destinan a riego agrícola. La gente normal quiere menos palabras, menos lenguaje, menos discurso, y más asuntos resueltos. Quiere políticos que no inventen conflictos, sino que los resuelvan. Personas que se traten a sí mismas y a los demás con el debido respeto, que no nos roben, que no despilfarren y que utilicen su tiempo -un tiempo que pagamos con nuestros impuestos- no a fomentar pleitos irreales o a alimentar los que ya existen, sino a buscar acuerdos, consensos y pactos que permitan solucionar los problemas auténticos de la gente real.