El pasado domingo, en la página Tenerife-Norte de este periódico, confirmé con interés la lista de proyectos fallidos que en su día poblaron las páginas de la prensa escrita, como una traca de fuegos artificiales que, después de la apoteosis final, termina con un apagón repentino hasta que la cordura vuelve a restablecer la luz artificial.

Sin embargo, para adentrarme en materia, comenzaré por los dos proyectos consolidados que tuvieron utilidad industrial para Canarias. El primero en la otra cocapital, aún en actividad, y el segundo lamentablemente desaparecido en la nuestra, ahora enterrado bajo los planes de expansión del puerto santacrucero. Los desaparecidos varaderos de Nuvasa sirvieron en sus últimos coletazos de albergue circunstancial del aún inconcluso correíllo "La Palma", cuyo cascarón impermeabilizado, carente por completo de propulsión, se muestra a los ojos de los visitantes como una construcción de principios del siglo anterior que sirvió para enlazar las Islas en épocas pretéritas. Me consta que el astillero, por criterios de algunos condiscípulos de la rama de máquinas, el proyecto, nació gafado no sólo por la limitación de su tamaño para barcos de pequeño o mediano porte con una eslora (largo) limitada, que hacía imposible servir a la mayoría de los buques que aquí rendían escala por razón de su magnitud y la necesidad de aminorar los tiempos de varada para su reparación; cuestión que contrariamente se cumplía en el vecino de La Isleta en Gran Canaria. A lo largo de sus escasos años de funcionamiento, Nuvasa padeció crisis circunstanciales por falta de demanda. Tal fue así que muchos de mis compañeros de estudios salieron en estampida rumbo de nuevo a la mar en sus antiguas o nuevas compañías, al menos hasta la edad de jubilación. Incluso se llegó a contratar a un familiar mío para su reflotamiento administrativo, que finalmente resultó imposible hasta su cierre definitivo con el citado correíllo "La Palma" como último residente. Ahora, con la presencia de las torres de prospección petrolífera fondeadas en la bahía tinerfeña, cuyo traslado ya se baraja al nuevo puerto de Granadilla, las empresas de mantenimiento han respirado por la demanda de reparaciones, con lo que podría dar por conclusa esta iniciativa, si no fuera porque, dentro del programa de proyectos nunca realizados, a inicios de la década de los setenta, una empresa inglesa llamada Appledore se dirigió a la Autoridad Portuaria de entonces, presidida por D. Cándido García-Sanjuán, para proponerle un proyecto de construcción de un astillero para superbarcos de 500.000 toneladas. Interrogado D. Cándido por el periodista ante la posibilidad de contaminación industrial de las aguas, la respuesta fue que el de Las Palmas (el actual Astican) sólo estaba concebido para barcos de 18.000 toneladas de peso muerto, mientras que los diques secos de Tenerife serían para buques de 100.000 a 500.000 toneladas (nada menos). También se barajó el empleo de 3.000 trabajadores, cuya formación tendría que correr a cargo del propio Estado desde su Ministerio de Trabajo. El proyecto en sí llevaba consigo la construcción de talleres y edificaciones complementarias, así como el relleno de 57 hectáreas de explanadas ganadas al mar para la instalación de los muelles y diques correspondientes, cuya explotación sería para uso exclusivo de embarcaciones extranjeras (¿?) a fin de evitar competencias con las nacionales, y cuyo coste total estaba presupuestado en 6.048 millones de pesetas de la época, para repartir a partes iguales entre la citada promotora inglesa y un grupo financiero español, aún por conformar. También se garantizó que esta construcción no iba a afectar al puerto de Santa Cruz y al futuro de Los Cristianos, debido a su carácter industrial, ajeno del comercial.

Como quiera que fuere, finalmente la fábula de la lechera nunca se llevó a efecto, y el proyecto lo dispersó el fuerte viento que suele soplar en la punta de Abona para mover las aspas de los molinos del parque eólico de Granadilla. Pero no acabaron aquí los cantos de sirena de la empresa Appledore, que en plena orgía de entusiasmo creativo se postuló para entrar en el concurso de la construcción del aeropuerto Reina Sofía. A juzgar por su entusiasmo y eficacia resolutiva, puede que la invitemos a participar en el concurso de construcción de la deseada segunda pista. ¿Hay quién dé más?

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