Tras el ataque de un tiburón a un turista sueco, en una playa de Adeje, los medios de comunicación de Canarias se transformaron en la campana de resonancia de un virulento debate. El calentamiento global asaltó los titulares. El ascenso de la temperatura de las aguas de las Islas en unos dos grados, en la última década, se manejó como el principal factor para la presencia de especies peligrosas de escualos en las aguas del Archipiélago.

En un trabajo del Centro de Estudios sobre el Comportamiento de Bichos Peligrosos en las Aguas de Canarias, de Alajeró, se ponía negro sobre blanco que grandes depredadores que antes pasaban de largo por las Islas, detrás de los bancos de túnidos, ahora decidían quedarse en nuestras aguas someras porque encontraban un lugar cálido y acogedor.

Inmediatamente y con la sensibilidad que caracteriza su actuación, la oposición pidió cuentas al Gobierno en el Parlamento de Canarias. Se denunció de forma contundente que los vertidos ilegales y la irresponsable política energética basada en el fuel estaban contribuyendo al calentamiento global y al aumento de la temperatura de las aguas.

La oposición se hizo eco de un trabajo de Instituto de Física Marina de Melenara en el que se vinculaba el aumento de la temperatura de las aguas de las Islas con el baño de casi dieciséis millones de turistas cada año en las playas. "La inmersión masiva de tantas personas, algunas especialmente obesas, produce un aumento de al menos medio grado en la temperatura media de las playas de las Islas, que se están convirtiendo en un caldito", sentenciaba una de las conclusiones del informe.

El pánico producido por el ataque del tiburón se trasladó inmediatamente a los titulares de la prensa sensacionalista europea. "Desmembrado por el ataque de un tiburón asesino", "Muerte blanca en el paraíso del plátano", "Canarias, amenazada por mandíbulas asesinas". Durante varias semanas, fotos espectaculares de dientes puntiagudos aparecieron acompañadas de la imagen de las Islas Canarias, encima de un faldón de publicidad de las islas griegas y el sur de Italia.

El Gobierno de Canarias presentó diligentemente un plan de actuación basado en la utilización masiva de aeronaves para la vigilancia aérea de las zonas de baño: helicópteros del Servicio Canario de Salud y aviones alquilados a Binter, por un módico precio, se complementaron con una tupida red de embarcaciones pesqueras reconvertidas en puestos de alerta para la detección precoz de tiburones, cumpliendo además la función de remolcar a las patrulleras de la Guardia Civil para desempeñar los mismos cometidos.

En medio de la intensidad del debate, el turista sueco, lejos de hacerse el ídem, declaró al salir del hospital que, en realidad, el enorme corte en su pierna, que creó una gran mancha de sangre, se había producido al haberse rajado con una lata de berberechos abierta y traicioneramente abandonada en la arena, junto a la basura habitual. Los medios de comunicación rectificaron inmediatamente, de acuerdo a su estricto código deontológico: "Tiburones y berberechos asesinos en las playas de Canarias", sentenciaron.