El otro día tuve una larga conversación con mis alumnos en clase: había leído pocos días antes una publicidad del Consejo Social de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, publicado en los dos periódicos de Las Palmas, recordando a los estudiantes la necesidad de cumplir con su primera obligación, que es la de estudiar y superar los cursos. La mayoría de los chicos no son conscientes del extraordinario privilegio que supone acceder a la enseñanza universitaria, ni del esfuerzo que deben realizar sus padres (en la mayor parte de los casos) para sostenerles durante su etapa de formación, o de la que hacemos el conjunto de los ciudadanos (en todos los casos) para financiar con nuestros impuestos la enseñanza superior. Muchos creen que el coste de la educación universitaria se liquida con lo que pagan al abonar sus matrículas. Están equivocados, muy equivocados, pero no es frecuente que se les recuerde lo equivocados que están. En nuestra sociedad es mucho más frecuente hablar de derechos que hacerlo de obligaciones y responsabilidades, y es normal que los chicos crean que tienen derecho a seguir en la Universidad estudien o no estudien, siempre que paguen sus matrículas.

En los últimos años, con el desarrollo de las normas académicas de progreso y permanencia, que limitan el número de veces que los alumnos pueden repetir una asignatura, se ha desarrollado una suerte de contestación del alumnado y de sus organizaciones representativas basada en la idea de que es razonable que alguien pueda pegarse ocho años para acabar los estudios de un grado que dura cuatro. Personalmente, creo que es un disparate tolerarlo, y también lo creen algunas universidades, que se han tomado en serio el cumplimiento de las normas que limitan el número de convocatorias que un alumno puede dedicar a superar una asignatura.

El Consejo Social de la ULPGC, que preside Ángel Tristán, lideró en España la exigencia de cumplir con las normas, y ha logrado que los primeros conflictos surgidos por su aplicación sin subterfugios ni enjuagues, hayan dado paso al cumplimiento de las ratios establecidas. Otras universidades, entre ellas la de La Laguna, han sido más laxas. Hay quien cree que en La Laguna pervive una cultura de mayor tolerancia con el alumnado, algo que a mí -de ser cierto- me parecería más bien una demostración de desinterés por la formación integral de los alumnos. Yo prefiero creer que lo que ocurre en nuestra Universidad es que nadie ha asumido desde donde corresponde -el Consejo Social- el liderazgo de la ingrata tarea de decirles a los alumnos que no están en la universidad para pasárselo bien, sino para formarse, para desarrollar una mentalidad crítica y -en última instancia- para estudiar y aprender. Supongo que quienes tienen miedo a ponerle ese cascabel al gato se sorprenderían al descubrir que la mayor parte de los alumnos lo que de verdad detestan no es que se les marque un nivel razonable de trabajo y exigencia, sino la falta de ejemplaridad y compromiso por parte de las instituciones académicas o el profesorado. Porque no sólo la abulia estudiantil es responsable de la ruina intelectual y moral que hoy se ha instalado en alguna de nuestras universidades. La clave de la historia es que un alumno que se exige a sí mismo, que estudia y se esfuerza todos los días, que aprovecha los recursos públicos, está en mejores condiciones para exigir a sus responsables y profesores mayor esfuerzo y excelencia, mayor dedicación. "Si quieres crecer, formarte, ser tratado como un adulto? estudia". Es un magnífico mensaje.