En medio de la recesión económica, el estancamiento de la población, la falta de iniciativas y la consiguiente depresión ciudadana -la patología cíclica más grave de historia de La Palma-, en las últimas semanas disfruté con el reencuentro de una excepción que se llama Puntagorda y que nos permite aún abrigar esperanzas sobre el futuro próspero o, cuando menos, estable que todos deseamos para nuestra tierra.

Pateé un término que, con treinta y un kilómetros cuadrados, supera los dos mil habitantes en viviendas diseminadas por el ameno paisaje y repartidos en cuatro entidades de población. Me sorprendí con su censo expansivo, su vitalidad ciudadana, su oferta docente, su cobertura social y sus inquietudes culturales; y, sobre todo, con su envidiable sector agrícola que, casi en solitario, rompió la secular tendencia de abandonar los altos y medianías por los supervalorados llanos costeros, donde se localizaron, desde hace medio milenio, los monocultivos para la exportación a Europa: caña azucarera, vid, colorantes vegetales y aun plátanos.

Descubrí a gente animosa -el entusiasmo en el campo es el mayor ejercicio de patriotismo- que, dedicada tradicionalmente a los cultivos de secano -magníficas almendras, cereales y viñas-, apostó decididamente por el regadío y mantiene, con carácter de primor, una amplia y variada huerta que cubre las necesidades del municipio y aun de la comarca y que, los fines de semana, muestra sus excelencias en uno de los mejores agromercados que conozco y, por supuesto, el más divertido y de mayores ofertas.

Dentro de la positiva visión de conjunto que les narro, quiero detenerme en los altos del municipio donde, con la vecina Garafía, comparte el techo insular donde se ubica el Observatorio de Astrofísica. En su recorrido, marcado por los colosales pinos que dirigen el sendero hacia San Mauro el Viejo, y con carácter de viticultura heroica aparecen cuidados canteros con vides que, a flor de tierra o en espaldera, escalan las hermosas laderas y producen tintos con cuerpo, los tradicionales caldos criados en pipas de tea y, en una experiencia romántica y rentable a plazo medio, limpísimos vinos ecológicos que, como "Tahonero", se abren merecido hueco en el mercado. El campo tiene futuro. Todo es cuestión de fe y trabajo.