Un solo indicador no basta pero la confluencia y reiteración de varios pueden ser suficientes para percatarse de que un joven está radicalizado. Joan Caballero, experto en grupos urbanos violentos, ha diseñado una herramienta que disecciona 90 indicios para la detección temprana de conductas extremas.

Son 500 páginas de un manual de instrucciones que ha costado a Caballero un año de trabajo, doce meses revisando centenares de sentencias judiciales, haciendo entrevistas, leyendo miles de documentos de narrativa de diversos grupos urbanos violentos, analizado el texto de mil canciones, repasando los diferentes estilos de vestir...

Caballero adelanta el contenido de su trabajo, que el próximo año se publicará a través del Centro de Estudios Jurídicos y Formación Especializada (CEJFE) dependiente de la Generalitat de Cataluña.

Su objetivo es que los profesionales de diversos ámbitos de la administración pública "puedan detectar sin ningún género de duda conductas de fanatismo o radicalización" entre jóvenes de ideologías de extrema derecha o izquierda, de tendencia skinhead, punk, hooligan, pandilleros de origen latino o miembros de Moto Clubs (MCs) 1 %.

Pero el estudio, añade Caballero, también puede ser utilizado por padres preocupados por "los cambios repentinos" que observan en sus hijos, así como por los equipos técnicos para poder hacer tratamientos a los jóvenes más adecuados en función de su pertenencia a un grupo urbano violento concreto.

Los casi 90 indicadores recogidos hablan, según Caballero, de los aspectos cotidianos de un miembro de cualquier banda urbana violenta. "Qué piensa, cómo se relaciona, qué simbología usa, cómo viste, qué libros lee..." son las "señales" que ayudarán a detectar la radicalización.

Una sola, a lo mejor, no es relevante, pero la suma puede despejar dudas sobre el grado de radicalización en el que se encuentra el joven. La detección temprana permite un tratamiento rápido, subraya el autor del manual, quien hace hincapié en la utilidad de los indicadores recogidos porque "están validados por hechos y no por suposiciones".

"No es malo ser un joven punk, rapero o skinhead. Lo peligroso es ser un skinhead nacionalsocialista o un rapero ultraizquierdista porque la pertenencia esos grupos les obliga a mantener actitudes de violencia y discursos de odio. Y el camino acaba inevitablemente en el hospital, la cárcel o el cementerio", añade el experto.

Caballero ha agrupado en 14 apartados los indicadores. El primero de ellos, el de filiación, recoge las "señales" que miden el grado de compromiso con una banda; y el segundo, el de ideología, las que permiten medir el nivel de interiorización de la filosofía del grupo.

Mientras, el tercero -simbología- recoge los indicios con los que se mide la exhibición de los pensamientos y sentimientos del radical a través de los símbolos que exhibe, en tanto que el cuarto -verbalización- agrupa los que informan del grado de violencia, intolerancia u odio de su discurso.

Los dos siguientes -acciones políticas y acciones violentas- pueden constatar hasta dónde llega su compromiso con opciones ideológicas extremas (a qué manifestaciones asiste, si acude a actos ilegales...) y comprobar si actúa de forma violenta sin ser provocado antes, es decir, gratuitamente.

Otros apartados reflejan, con fotos incluidas, indicadores de vestimenta, tatuajes, literatura que consumen (manuales de combate, de fabricación de explosivos o de discurso de odio), música que escuchan, deportes (disciplinas de lucha principalmente), fútbol (cómo se implica entre los hooligans) y redes sociales (su uso puede indicar si es captador o captado.

El último apartado hace referencia a los centros de internamiento en el caso de que el joven haya ido a parar a uno de ellos, e informa de los indicadores que permiten averiguar si su rehabilitación y resocialización es efectiva o si sigue vinculada a la banda.

Joan Caballero recuerda que los jóvenes adoctrinados ven la violencia y el odio "como una cosa natural y lícita" y sus captadores "no sólo quieren manipular la razón, sino también los sentimientos".

Además, advierte de que no sólo se capta a jóvenes con fracaso escolar, sino a todos aquellos que no se sienten integrados en una sociedad que no les comprende. Ya radicalizados, adquieren unos hábitos de vida "destructivos". "Desprogramarles no será tarea fácil", apostilla.