Entre la pasada noche de San Martín y la próxima de San Andrés, dedicadas al estreno del vino nuevo, una breve escapada y estancia en Madrid me permitieron contemplar, juntos por primera vez y ya con carácter definitivo, los cuadros más grandes -conceptual y materialmente- que salieron de las manos de Pieter Brueghel el Viejo (Breda, 1525-Bruselas, 1569), expuestas en la colección permanente del Museo del Prado.

Muerto a los cuarenta y cuatro años, entre los pocos datos de su biografía aparecen su aprendizaje con Pieter Coecke de Aelts y, posteriormente, su matrimonio con la hija de éste e ingreso en la gilda de San Lucas de Amberes; sus viajes a Francia e Italia donde encontró inspiración en los Alpes y los Apeninos; con Jan Wellens de Cock trabajó en la antología de "Paisajes", editada en 1555; desde 1563 se instaló en Bruselas y de su producción sólo se conservan cuarenta obras.

Pintada entre 1562 y 1563, "El Triunfo de la Muerte" es una obra de carácter moral, imbuida de la rigidez escolástica, y es un duro alegato, resuelto con la audacia argumental y plástica que caracterizó su periodo de madurez, constituye un severo alegato sobre la fugacidad de las glorias terrenas, resuelto en una tabla de 112 x 162 centímetros. Entró en la pinacoteca madrileña procedente de las colecciones reales.

"El vino en la Fiesta de San Martín", realizada en torno a 1565 y 1569, una de las últimas obras del maestro flamenco del siglo XVI, y la de mayores proporciones (148-270 cm.) es, por el contrario, una desenfadada exaltación de los placeres terrenales por una multitud aldeana en los festejos del obispo de Tours, patrón de los amantes y vinateros del Norte de Europa, que los flamencos implantaron en La Palma.

Adquirida en Italia por el duque de Medinaceli en el siglo XVII, la tela firmada fue vendida al Estado español por una familia de coleccionistas y, sin duda alguna, la mejor adquisición en el último siglo. Entre otros valores, revela la posición de un artista independiente, ideológica y doctrinalmente, que tan pronto asusta con el inexorable memento mori como convoca a los mortales a aprovechar las horas y los gozos del presente sin pensar ni temer por el futuro.