"El ángulo de la bruma", obra de Fátima Martín (Santa Cruz de Tenerife, 1968), atrapó al jurado encargado de fallar este lunes la XXIX edición del Premio Torrente Ballester en lengua castellana, un certamen que por primera vez en sus historia comparten dos autoras: la tinerfeña y la asturiana Ana Rivera Muñiz, por "Lo que callan los muertos".

A través del teléfono, con voz clara, esta creadora sostiene que "ha sido un atrevimiento por mi parte presentarme a este certamen", un galardón que considera "inesperado". Y admite no saber muy bien en qué género encuadrar la novela. "Yo diría que se trata de una historia de aventuras".

Los escenarios que describe se desarrollan en Canarias, principalmente en Tenerife, La Palma y El Hierro. La trama se sitúa temporalmente en el siglo XVIII, concretamente en el año de 1724, de la mano de una mujer, de nombre Emilia de los Celajes, protagonista de una expedición científica francesa (un acontecimiento real), que se desplaza al Archipiélago para determinar la situación exacta del meridiano cero en la isla de El Hierro y también para medir El Teide por primera vez, aunque el resultado fuera erróneo.

Los elementos de ficción que aporta la creadora tienen que ver con añadir a ese grupo "más protagonistas" que son quienes van a vivir todo el entramado de conflictos que se dan a lo largo de las páginas, "desde el plano amoroso, las cuestiones que plantean los nuevos descubrimientos o el debate entre la razón y la tradición". Y eso, con el fondo del contraste de la realidad de Canarias.

En palabras del jurado, Fátima Martín ha desarrollado un relato en el que late "la alquimia de la tradición y su vocación literaria a través de un pasado sabiamente construido".

A juicio de la autora, "lo novedoso de esta novela sea, acaso, su estructura". Y explica cómo pivota en dos épocas, transitando sobre dos años de forma paralela, "de manera que la narración de un año va desvelando la intriga del siguiente". Y así es cómo se camina del pasado al futuro, en un juego que va desvelando un misterio que envuelve la expedición.

Con esos saltos en el tiempo, Fátima Martín explica que "voy desmigajando nuevos datos que ayudan a descubrir ciertas claves", las de una historia envuelta en la quimera, las leyendas, las noticias remotas, la tradición oral, en la ensoñación de unos exploradores.

En referencia al lenguaje señala que "he intentado que sea ágil y no he querido caer en vocablos que resultaran complejos". Lo cierto es que aceptó su propia trampa: la de no utilizar voces que no existieran en aquella época. Y no resultó fácil enhebrar las palabras porque la trama, ambientada en una expedición científica del XVIII, no admitía el uso de términos que son más recientes. Es el caso, por ejemplo, de la palabra "lava", para la que ha tenido que utilizar la metáfora de "rocas de fuego".

Esta es la primera novela de Fátima Martín, quizá el resultado de una decisión que tomó en el año 2011, cuando asumió que llegó el momento de dedicarse más intensamente a la tarea de escribir.

Por entonces se estaba formando en la Escuela de Creación Literaria de La Laguna, que dirige Antonia Molinero, y allí conoció los fundamentos. Eso le abrió una puerta al conocimiento de "escritores interesantes", tanto de Canarias como de la Península. Entre ellos, Jorge Eduardo Benavides, quien la orientó en todo lo que representa el mapa literario para escritores noveles. "Él me dibujó un trayecto de posibilidades en las que se valoraba, sobre todo, profundizar en la literatura".

Y no es una quimera.

Fátima Martín

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