"Los amigos, más que clientes, nos quedamos huérfanos, pues no solo es un bar, sino un sitio de tertulia familiar y mucha amistad". La afirmación resume el sentimiento de quienes durante años han tenido en el bar Los Tilos su punto de referencia.

El pequeño local de la calle Los Molinos, cerca de la avenida San Sebastián, tiene ya un hueco en la historia viva de la capital, en la que, con letras mayúsculas, también lo tendrá Juan Donate Pérez, su propietario.

Este jueves, tras más de 40 años detrás de la barra, Donate pone punto final a su actividad. Y con él se lleva el secreto de sus bocadillos, por los que tiene un sinfín de notas en el libro de reclamaciones. Entiéndase la ironía.

Primero como camarero, más tarde como socio y finalmente como dueño, Juan se ha ganado no solo el paladar, sino también el corazón de cientos de clientes. Y lo ha hecho con una fórmula muy sencilla, pero difícil de mantener durante tanto tiempo en la atención al público: una sonrisa amable. "No miro el bar como un negocio, sino como si fuera mi casa", resume. Tal vez sea esta la clave.

Durante cuatro décadas, en las que ha conocido tanto el desarrollo urbanístico de esta zona de la capital como el declive comercial de la vecina San Sebastián, Donate ha hecho amigos, más que clientes, de muchos ámbitos de la sociedad. Desde aquellos que trabajaron en el antiguo Instituto Nacional de Meteorología -hoy Agencia Estatal-, hasta agentes de todos los cuerpos de seguridad. Y es que si algo ha definido durante años a Los Tilos, fundado por un palmero -de ahí su nombre- ya fallecido, ha sido la presencia continua de policías haciendo un paréntesis para buscar un buen desayuno.

Con cierta ironía, algunos de los clientes del pequeño local aseguran que este ha sido durante años el bar más seguro de la capital.

Y lo seguirá siendo, al menos hasta este jueves, cuando este vecino de María Jiménez -aunque procede de San Miguel ha vivido desde pequeño en Santa Cruz- sirva su última copa.

A partir de entonces, Juan quiere "descansar y estar con la familia". Sus clientes, también amigos, lo tienen claro: Se lo merece. ¿Y qué pasará con Los Tilos? "Sigue como bar. El edificio ha sido vendido, pero no me gustaría que lo echaran abajo".