Enfilando ya el último mes del año en curso, con las luminarias mostrando su calidez precursora de la Navidad, volvemos a entusiasmarnos con el proyecto -que ojalá sea una realidad tangible- de convertir a la avenida Francisco Larroche, de Anaga para los ciudadanos, en una vía cien por cien sostenible. El trayecto previsto abarcaría desde el Palmétum hasta Paso Alto. Una idea que aplaudimos si tenemos en cuenta que la primera impresión que reciben los visitantes -lo digo como testigo- es el largo cinturón luminoso que abarca toda la ciudad hasta el mismo San Andrés (este último fuera del proyecto por ahora). De llevarse a cabo la adecuación urbana, es previsible que se tengan que instalar medios de energía sostenible, como podrían ser células fotovoltaicas o incluso algún aerogenerador situado en las alturas de la cordillera paralela al recorrido viario. Hasta se me ocurre reclamar para la ciudad su símbolo más emblemático de la gran cruz luminosa situada en la cumbre de Paso Alto, sustituyendo a la existente actual de forja.

Hablando de símbolos, he observado que existe una propuesta ciudadana de trasplantar los dos hermosos ejemplares de laureles de Indias, sitos junto al talud rocoso de Las Teresitas, a un lugar a propósito en la recién remodelada calle de Méndez Núñez. Acción que compagino aunque con ciertas reservas por mi desconocimiento de los posibles daños que se les pueda ocasionar al trasplantarlos, habida cuenta, no lo olvidemos, de que desde sus inicios se criaron en una zona abierta, bien oxigenada y carente de poluciones. Aparte, claro está, que las dimensiones de su copa inducirían a un severo recorte de sus ramas más amplias, dadas las dimensiones de la calle donde se quieren situar, experimento aún por dilucidar, dados los inconvenientes atmosféricos de la calidad del aire y el menor aporte de oxígeno.

Definitivamente, estos laureles, descendientes de los traídos en su día de Cuba, en 1866, por Domingo Serís Granier, en su bergantín "El Guanche", por encargo del acalde José Luis de Miranda, y que tan bien se han aclimatado en el Archipiélago, constituyen el ejemplo vegetal capaz para proyectar su benefactora sombra durante todo el año, para combatir los rigores termométricos a que estamos sometidos, especialmente la capital. Justamente esta propuesta se la expresé ya a nuestro alcalde, para hacerla seguir a lo largo de toda la vía hasta el barrio pesquero de San Andrés. Una ilusión que no puede, en principio, materializarse debido a la afección de sus raíces al suelo, que dañarían el pavimento de la vía y terminarían por afectar a las redes de túneles de tránsito interior del puerto, construidos anteriormente. Sólo basta observar lo desangelada que está por ese tramo la avenida, en donde el lejano proyecto de plantación de dragos terminó secándose de forma lamentable. Hace unos días escuchaba las declaraciones de un técnico en repoblación, respecto a la obra de sustitución llevada a cabo en la vecina cocapital, que la tasaba en ¡treinta años! para volver a regenerar el monte quemado. Pues bien, expresado esto último, comparado con la levedad de la vida, estimo que es tiempo de ir sustituyendo en zonas urbanas a muchos ejemplares de hoja caduca por estos imponentes especímenes de hoja perenne, dispuestos todo el año a crear un microclima placentero y más llevadero en los largos estíos de esta capital. Observen, como ejemplo cercano, el cambio que ha dado la actual plaza de España, sentados en un banco bajo su sombra.

Puede que se me tache de maniático, respecto a esta idea, pero no cabe duda de que avanzamos hacia un período de desertización, con la consiguiente desertificación de lo ya plantado, que no abriga muchas esperanzas ante estas recurrentes etapas de sequía que estamos padeciendo, cuyo principal problema radica en la superpoblación de la isla y la precariedad del agua, que no se puede agrandar más, salvo por efecto de una indeseada erupción volcánica. Bienvenidas, pues, sean las mejoras (cuando estas sean factibles).

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