En los años 90 pocos apostaban por el futuro de los plátanos; parecían tener más suerte los tomates. Los hechos han demostrado que la lucha en las Islas por parte de los agricultores nos ha permitido llegar hasta hoy, mientras los tomateros, con mejores perspectivas en dicha fecha, sufren una dura crisis, en parte de cosecha propia, en parte de importación (Madrid, Bruselas, etc.).

No queremos creer que los plátanos tienen los días contados, ya que existe un colectivo de agricultores que pelea con ilusiones no sólo por cultivar bien, sino también por avanzar en la comercialización, mejorando de manera sensible nuestros plátanos en el mercado, teniendo como aliados a los consumidores en la Península, que han sido fieles a los plátanos de Canarias frente a las bananas y las multinacionales a lo largo de más de veinte años.

Aquí y ahora, los plátanos tienen un nuevo aliado: la preocupación por el cambio climático y la huella de carbono, y el papel que juega esta fruta en esta lucha. Su repercusión en la alimentación, sobre todo de los canarios, y en los hábitos de consumo en la Península, donde se alcanzan los doce kilos de plátanos por habitante al año (sólo superado por el consumo de cítricos), se se refleja en los cuarenta frigos que salen cada día con un millón de kilos para la Península.

El principal cuello de botella sigue siendo la atomizada comercialización, que hace rígida la movilidad, tanto para nuevos mercados como para mantener el actual. Los responsables de la política agraria han de crear elementos que obliguen a la concentración, con aplicación de medidas que den solvencia al sector, reducir las OPP, crear condiciones para abaratar costes y potenciar la solvencia y la profesionalización. Los agricultores han de entender no solo que han de cuidar el cultivo, sino que debemos hacer un esfuerzo en la dignificación de todo el proceso. Con las políticas que hemos tenido hasta ahora, se ha fomentado una actitud de cambiarse de entidad atendiendo a los beneficios personales, y esto es una de las cuestiones que nos ha debilitado.

Los plátanos tienen futuro si mejoramos la comercialización, y entendemos que hemos de participar todos, comprendiendo que las muletas que pone la UE en los plátanos, la historia, el paisaje, el esfuerzo de varias generaciones de canarios, unido al compromiso de los consumidores en la Península, son nuestros aliados. Hemos de reducir costes; no es de recibo que tengamos más de noventa empaquetados, tratando en algunos casos treinta millones de kilos y en otros, medios millón. No olvidemos los costes de dichas instalaciones cincuenta y dos semanas al año, ni la obligación, por ejemplo, de tener que alcanzar las 20 tm3 de un frigo para abaratar costes.

Las miserias de familia no ayudan a potenciar nuevos mercados, como de hecho ha ocurrido este año con el hueco dejado por los productos de Martinica y Guadalupe tras el temporal. Mantener las instalaciones con sólo 7.000 tm3 semanal y las cajas cargadas de marcas y colores que nadie lee y que encarecen el producto. ¿Para cuándo la caja única?

Hemos de reducir costes inútiles para tener solvencia profesional y que la IGP se cumpla. Reducir costes que nos hagan competitivos; nada de chiringuitos. La situación actual empobrece a los agricultores y grava a los consumidores, nos hace más débiles en el mercado. Está en nuestras manos mantenernos compitiendo con las bananas con las muletas de la UE, como toda la agricultura de la eurozona.

Defendamos la trazabilidad del huerto al consumidor, garantizando productos más sanos que han de ir en lo posible como cultivos ECO. No es razonable, ni tiene futuro, cobrar por medio kilo de plátanos en una bolsa de colores lo que cuesta un kilo de bananas. Tampoco producir para llevar la fruta al vertedero o al ganado, entre otras cosas porque es el esfuerzo, la ilusión de los agricultores, además de trescientos litros de agua por kilo. Podemos sembrar futuro si corregimos lo que hacemos mal ahora.

La fidelidad al plátano de Canarias en la Península no tiene nombre y apellidos; la competencia vende a granel, no es cosa de caja de colores. Es un alimento básico que hemos de cuidar como garantía de salud, como un bien de solidaridad entre ambos pueblos.