En aquellos días de facultad y en clase de Economía, los aspirantes a Mario Conde de la época se afanaban por responder la pregunta del profesor Andrés Lorente. La cuestión era cuál creíamos que era en nuestro mundo el bien más escaso. El dinero, el agua y hasta la luz fueron algunas de las respuestas de algunos de los alumnos de clase. Ninguno sobrepasaba los 20 años. A esa edad, cuando crees que todo es eterno, casi nunca funciona la deducción. Sin quererlo, el profesor Lorente convirtió la clase de Economía en una de Filosofía: "el tiempo es el bien más escaso", nos dijo. Y es que el tiempo no se recupera, no se puede comprar ni vender, no se gana en ningún euromillón y lo más terrible es que se pierde sin darnos apenas cuenta. Hoy añoramos las horas que perdimos para vivirlas de otra manera, quizás para regalarlas una y mil veces a esas personas que tanto quisimos, que tanto queremos, y que ya no están.

Como dijo John Lennon, "la vida es el tiempo que pasa mientras pensamos en hacer otra cosa". Es así de fácil, así de injusto, así de espantoso. Pasa un día y otro y se nos va la semana; y otro y otro más y se nos ha ido otro año sin hacer nada más productivo que gestionar la inercia que nos brinda cada mañana. Y quizás sea hora de parar y sopesar si es esto lo que queremos, si estamos seguros de que llegaremos a mañana para realizar aquello con lo que soñamos, o si por el contrario mañana soñaremos con lo que pudimos haber hecho hoy y estamos dejando pasar. Y esto es un grito porque el tiempo vuela, las oportunidades pasan, y la vida se va.

@JC_Alberto