Si algo han dejado claro los resultados en Cataluña, es justo lo contrario de lo que se nos suele vender después de todas las elecciones. En estas no ha ganado nadie, y va a ser muy muy difícil que podamos ver un Gobierno operativo en las próximas semanas. Para empezar, los separatistas han logrado una ajustada mayoría absoluta, inferior en dos diputados a la que tenían antes, y condicionada otra vez al apoyo de los anticapitalistas. A cambio, los no independentistas cuentan con doscientos mil votos más. Es difícil considerar que esto haya sido un plesbiscito a favor de la independencia. Los plesbiscitos los ganan los votantes, no las leyes electorales, y en Cataluña han votado contra la independencia un diez por ciento más de ciudadanos de los que han votado a favor de romper con España: es muy sintomático que ni uno sOlo de los portavoces de la independencia haya hecho la más mínima referencia a este peliagudo asunto.

Apenas han pasado unos pocos días desde las elecciones en Cataluña, con la Navidad por medio, y los primeros movimientos dejan meridianamente claro que la etapa que se avecina no va a ser fácil para nadie: Ciudadanos ganó las elecciones, pero eso no va a servir para que puedan gobernar, Iceta sumó un único diputado más a su oferta de pacificar la política catalana, demostrando de paso que en tiempos de conflicto, los votantes no eligen nunca la templanza, sino que optan por la polarización. El PP se ha desvanecido como partido en Cataluña, los catalanes que se sienten españoles han optado claramente por Ciudadanos, un partido que -no debe olvidarse- en relación con la independencia de Cataluña, ha sido mucho más guerrero que el PP.

En cuanto a los independentistas, sin duda pueden sentirse satisfechos de haber logrado mantener a sus dos millones de votantes, que han respaldado las dos ofertas principales -la de Puigdemont y la de Esquerra- a pesar del catálogo de errores cometidos en los últimos tiempos. El bloque independentista clásico -los seguidores de Puigdemont y ERC- mantienen casi intacta su fortaleza. Es la CUP, la organización que forzó el sinsentido final de la Declaración Unilateral de Independencia, la que ha perdido más de la mitad de sus apoyos. Los independentistas podrán gobernar si consiguen ponerse de acuerdo y resolver con sentido común el problema de sus diputados huidos o encarcelados, pero tienen que asumir que sus dos principales partidos, enzarzados en una pelea muy destructiva por el liderazgo, han sido derrotados por una fuerza respaldada por más de un millón cien mil catalanes y que se define con rotundidad como españolista.

Si finalmente se resuelve el problema de la candidatura de Puigdemont a la Presidencia de la Generalitat, los soberanistas no pueden gobernar sin reconocer la existencia de una mayoría de la ciudadanía que no quiere la independencia. No puede mantenerse el "procés" contra la mayoría, contra la economía de la región y contra cualquier expectativa de reconocimiento internacional. No es de sentido común seguir apuntalando una República contra una mayoría de Cataluña que no lo quiere, contra miles de empresarios decididos a irse si la independencia avanza, y contra las leyes. Repetir los últimos meses de disparate es volver a instalarse en un bucle que solo conduce al mismo lugar sin salida.