Aunque a muchos les pueda parecer que la comparación con la que nace esta crónica se parece como un huevo a una castaña, hay una cosa que no hace tan distinto a Jaime Azpilicueta de Joaquín Sabina, o viceversa. Y es que el orden de los factores no altera el producto si de lo que se trata es de identificar a un buen contador de historias. Salvando las distancias que hay entre el "Sunset Boulevard" que anoche se empadronó en la Sala Sinfónica del Auditorio de Tenerife hasta el 4 de enero de 2018, que aunque suene lejano está a la vuelta de la esquina, y el autor de "Por el boulevard de los sueños rotos", el Hollywood de Azpilicueta no es tan diferente al Madrid de Sabina. Física, geográficamente e incluso en el plano social es evidente que son dos mundos antagónicos, pero las emociones que maduran en esos dos puntos que a priori son tan distantes generan unos sentimientos compartidos. Ambos tienen corazón, pero el alma que nos interesa descubrir es la que se abrió ayer en canal durante el estreno nacional de "Sunset Boulevard". Sí. La historia reserva a Tenerife el papel de haber sido el punto desde el que tomó impulso este drama, una montaña rusa que traslada a los espectadores durante más de dos horas por distintos estados de ánimo. En una escena la euforia se dispara hasta unos límites insospechados y a la siguiente ya estás coqueteando con la depresión. Esa realidad de carne y hueso es la que otorga a "Sunset Boulevard" el crédito necesario para ser una interesante opción de entretenimiento durante el periodo navideño.

Otra de las cosas que comparten el cantautor jienense y el director vasco es la J de sus nombres, pero en este caso la doble J desde la que crece el clásico Billy Wilder, que más tarde trasladó al lenguaje musical Andrew Lloyd Webber, es la que une en los créditos a Jaime Azpilicueta y a Julio Awad. El primero, con todo el respeto que se merece, es un viejo conocido. El Hijo Adoptivo de la Isla de Tenerife sabe tocar esa fibra que provoca un regusto interior en el pecho de los espectadores. Sabe identificar esos picos emocionales que deben existir en un buen proyecto escénico, y eso es algo que se ha garantizado con la presencia de Paloma San Basilio (Norma Desmond) y Gerónimo Rauch (Joe Gillis) al frente de un elenco en el que también sobresalen las voces de Inma Mira (Betty Shaefer) y Gonzalo Montes (Max Von Mayerling). A estas alturas de la película es una osadía cuestionar la capacidad que tiene San Basilio para dominar la tarima. Sigue teniendo un magnetismo excepcional. Su atormentado rol la pone al borde de la locura hasta que no hay vuelta atrás, pero en medio de esa elegante bipolaridad da vida a instantes que construyen un nudo en la garganta de una audiencia que igualmente queda a merced de la fuerza sonora del argentino Gerónimo Rauch: su presencia en el escenario equilibra por momentos un guion que en numerosas ocasiones parece estar frente al abismo. Ahí es cuando surge la maestría de Azpilicueta, aliado con una banda que casi siempre está en el campo de visión de los espectadores, para dar un giro más a una historia que bien podría haber quedado resuelta en un par de capítulos: la habilidad para mantener la situación bajo control es una de las virtudes de un musical que experimenta un estallido de color con los cambios de escenografía y el colorido y las formas del vestuario diseñado por Leo Martínez. En las páginas de este "Sunset Boulevard" hay guiño a ese instante en que cruzamos de un año a otro. En esa frontera es donde hay que buscar lo que hemos sido en el pasado y los momentos que hay que afrontar en el presente. Esa es la delgada línea en la que se mueve Norma Desmond. Su capacidad para imaginar que los días de gloria no han muerto es lo que hace que los que se posicionan frente a ella, es decir, los espectadores, aprenden a querer a un personaje que enseña las costuras de sus debilidades incluso cuando pretende seguir instalada en la soberbia. Nada que ver con el papel más soñador de Joe Gillis. Mae West, la actriz de las frases picantes, lo supo simplificar en media docena de palabras que muy bien habría firmado Desmond: "Es mejor ser examinado/a que ignorado/a".

"Sunset Boulevard" ya está en la cartelera bajo la apariencia de un buen clásico del séptimo arte que no deja indiferente a nadie. Los aplausos finales sepultan un drama universal que el tiempo no ha logrado derrotar, a pesar de los incontables avances tecnológicos que se han apoderado de la industria del cine. Azpilicueta y Sabina saben lo que ocurre cuando se apagan los focos y tienen un don especial para relatar unos sentimientos que están atados a nuestra existencia.

Los tres disparos iniciales descolocaron al público que anoche casi llenó la Sala Sinfónica del Auditorio de Tenerife. Encontrarse con un muerto con las luces de la sala recién apagadas enfrió el ambiente durante 15 minutos, justo el tiempo que tardó en aparecer Paloma San Basilio. Fue una bienvenida tímida, pero que ganó intensidad conforme avanzó una función fraccionada en 27 números musicales. La omnipresencia de Gerónimo Rauch, que permaneció en el escenario más tiempo que un periodista en una redacción; la indestructible elegancia de Norma Desmond y hasta el corto paseo de un llamativo descapotable por los estudios de la Paramont Pictures fueron recompensados por una audiencia que en ocasiones se vio superada por la trama de un musical en pleno rodaje. Hubo risas de poco calado, lágrimas propiciadas por la sensación de soledad que destiló la protagonista y una cerrada ovación final para los actores principales. "Sunset Boulevard" es un recién nacido que necesita tiempo para ver cómo se acomoda a la cartelera. ¡El primer paso está dado!