Sinceramente, no estuve la noche del 31 pendiente de lo que la señora Pedroche nos quiso enseñar. Soy un viejo dinosaurio del periodismo (y de casi todo lo demás), que huye como la peste de los falsos debates con los que nos obsequian las televisiones en búsqueda de audiencia. Reconozco, quizá a mi pesar, que no he visto jamás unas campanadas presentadas por esta guapa y simpática señora, al parecer muy dada a mostrar su epidermis. Aquí abajo, en la España tropical, o celebramos el final de año australiano, como hicieron los palmeros a las doce del mediodía del 31, o nos toca esperar una hora más a que salgan Eloísa y su acompañante desde cualquier reloj sin alcalde: este año (el pasado) Eloísa se abstuvo de cualquier jolgorio vestimental, quizá porque tocaba cantar las campanadas desde Firgas, y la cosa iba más bien de luto que de juerga. Tenía la despedida de año el morbo de ver si alguien nos explica dónde se ha metido Manolín Báez, mal que le pese, alcalde en funciones. Pero de eso ni pío. Campanadas sin cuartas y cayeron las doce uvas, que ahora vienen en lata, almibaradas, ya peladas, sin semilla y con muy poca gracia.

Apenas unas horas más tarde, ya estaban las redes desaforadas por el vestido de la joven Pedroche. Imposible no verlo en la repesca de internet. Una transparencia festiva y provocadora, a la que la guapa calificó de "superfeminista". Reconozco que me he quedado de piedra. No sé exactamente por dónde le sale el feminismo al calado, pero la señora nos lo explica en declaraciones nada menos que a El País, versión digital: "Mi vestido es superfeminista porque llevándolo defiendo la libertad de la mujer. Me visto como me da la gana". ¡Ah! O sea, que ser feminista es vestirse como a uno le da la gana? Luego lo aclara un poco más. "Hemos creado un evento. Antes, comías las uvas. Ahora, también criticas el vestido y hay tela que cortar el resto de la noche". Tela, lo que se dice tela, poca? Pero el remate aclara la cuestión: "Mi marca es ser yo misma e intentar llegar a gente normal como yo. Cuando te vendes como eres, al final la gente te compra". Vale, que iba la cosa de venderse? pues lo dejamos ahí. A fin de cuentas, se trata de llamar la atención, y que la gente se fije. Y cada vez es más difícil, hay que competir con Jorge Javier Vázquez en calzoncillos, que al menos el hombre no declara al día siguiente que la suya es una reivindicación del orgullo.

La televisión tiende a banalizar lo que toca, pero al final lo que hace es lo que se espera de ella: la noche de fin de año se trata de despedir el año con una fiesta, con gente vestida (o poco vestida, como Jorge Javier) de fiesta. Lo que no es de recibo es confundir las transparencias con el tocino, o "vendernos" -eso es a lo que se dedica la señora Pedroche- un espectáculo de variedades como ideología de género: la señora Pedroche es muy libre de vestirse como a ella le parezca y en su canal le permitan. Pero si quiere hablar de feminismo, debería saber que ser feminista no es hacer lo que a una se le antoja: es más bien trabajar para reducir las diferencias y desigualdades entre hombres y mujeres, defender la viabilidad de una sociedad no patriarcal, insistir en una educación que no separe a hombres y mujeres desde la infancia, dar valor a las personas por lo que son y lo que hacen y no por cómo se visten o cuantos "me gusta" reciben. Los vestidos no son feministas, como no lo son los coches, ni los seguros de vida, ni los viajes organizados. Feministas son las personas que defienden con su comportamiento la igualdad de derechos y de oportunidades entre hombres y mujeres.