Cuando entras en el ahora, sales del contenido de tu mente. La corriente incesante de pensamientos se apacigua. Los pensamientos dejan de absorber toda tu atención, ya no te ocupan completamente. Surgen pausas entre pensamientos, espacio, quietud. Empiezas a darte cuenta de que eres mucho más profundo y vasto que tus pensamientos.

Eckhart Tolle

Vivimos rápido. Es la reflexión que quiero compartir con ustedes en el día de hoy. No tenemos tiempo -o eso creemos- para hacer nada. Se nos acumulan las tareas, las citas, los trabajos y las responsabilidades. Y corremos. Metafóricamente, aunque en ocasiones también lo hagamos de verdad.

Nuestra existencia diaria se compone de una sucesión de eventos, organizados o no por nosotros, que se apoderan de ella. Esta forma de desenvolvernos provoca que muchos de nosotros nos sintamos atrapados. Y cansados. Llega el final del día y tenemos una extraña sensación de que nos falta algo por hacer. En ocasiones, lo identificamos. En muchas otras, no conseguimos hacerlo.

Este fenómeno de, podríamos llamarlo, desubicación consigue que tengamos una permanente sensación de desconexión, de no estar donde tenemos, o debemos, o queremos, estar. Y sus consecuencias pueden llegar a ser terribles.

Sé que la propuesta más común que leemos y oímos cuando parece que no podemos abarcar todo aquello que se supone deberíamos hacer viene en forma de organización. Del tiempo, en este caso.

Vemos infinidad de posibilidades que nos pretenden enseñar a estrujar nuestro día. Gestión del tiempo lo llaman. Y, créanme, la oferta de cursos, seminarios o talleres es interminable. La mayoría de ellas, inútiles. Otras pocas, todo lo contrario.

Porque la clave para saber gestionar nuestro tiempo no proviene, en primer lugar, de cómo lo organicemos. Es algo importante, sin duda, pero no es el comienzo. Hay algunos pasos que debemos acometer antes de ordenar algo que, en muchas ocasiones, creemos que se nos escapa entre las manos.

Parar. Esa es la clave. Sí, ser capaces de detenernos y observar. Pueden llamarlo perder el tiempo. Muchos lo ven así. Yo lo llamo ser conscientes de él. Si no sabemos que es el tiempo, difícilmente seremos capaces de gestionarlo. Si no conocemos qué significa aquello que se supone que estamos perdiendo, siempre estaremos anhelándolo.

Detenernos no es algo sencillo. En primer lugar, porque al no hacerlo habitualmente no sabemos cómo conseguirlo. Lo más normal es que lo enfrentemos como una más de nuestras tareas. Es decir, lo hacemos para lograr algo. Y este es nuestro primer error. Pensamos en esa pausa como una forma de "desconectar", de "bajar el ritmo", de "relajarnos"?, y nos equivocamos de cabo a rabo.

Porque parar no es un momento en el que "recargamos las pilas" para seguir adelante haciendo lo mismo que nos llevó a tener la necesidad de hacerlo. Si paramos, nuestra principal tarea es no tener tarea. Es observar tanto hacia afuera como hacia adentro. Tener la capacidad de ver lo que nos rodea, sin juzgarlo. De vernos a nosotros mismos, sin tampoco hacerlo.

Por eso es tan difícil. No estamos entrenados ni acostumbrados a ello. Puede que nuestra principal pulsión en estos momentos de quietud sea "aprovecharlos", y ¡ya nos lo hemos cargado!

En lugar de pensar en parar como un objetivo, pensemos en ello como un espacio. Puede ser físico también, si así lo necesitamos, pero debe ser especialmente mental.

Hacerlo, sin expectativas, es el camino para la aceptación. Y, paradójicamente, es aquí donde comienza el cambio. La consciencia de lo que somos y hacemos. Y de nuestra capacidad para disfrutarlo.

@LeocadioMartin