En sus manos está el talento de los doscientos profesionales que esta noche, a partir de las 20:00 horas, darán vida a la producción de "Iván el Terrible" en la Sala Sinfónica del Auditorio de Tenerife. El clásico de Prokofiev ha sido moldeado por el maestro César Álvarez hasta construir un espectáculo de gran calado artístico que reúne a los componentes de la Orquesta Filarmónica de Novosibirsk, el Coro Nacional de España, los solistas Polina Shamaeva (mezzosoprano) y Sergey Plyusin (barítono), el actor José Coronado y el director escénico José Carlos Plaza en la primera cita tinerfeña del XXXIV Festival Internacional de Música de Canarias.

¿Se puede hacer una primera valoración del estreno en tierras majoreras?

Se puede y es necesaria hacerla (ríe)... El estreno, tanto en su apartado musical como por la intensidad de su vertiente actoral o dramaturgia, ha marcado un hito dentro de la interpretación de esta obra. El público fue consciente de que estaba viendo algo diferente y emocionante.

¿El componente escénico es un plus a la hora de levantar un proyecto tan ambicioso?

Estamos viviendo un ciclo crítico para la música clásica: nuestro auditorio ha envejecido de forma dramática en los últimos 20 años. Los profesionales que tenemos la responsabilidad de crear programaciones estamos obligados a satisfacer a un público que en muchas ocasiones está encorsetado en tradiciones, iba a decir decimonónicas, de época clásica que se dieron hace 250 años. El vértigo de una sociedad dominada por la inmediatez de las redes sociales no hace viable ese tipo de planteamientos.

¿Reclutar "aliados" para corregir ese déficit de dos décadas debe ser una prioridad?

No le voy a negar que ver a un público tan joven en el estreno de Fuerteventura fue un motivo de alegría... Como músico clásico y director de orquesta tengo claro que uno de mis cometidos principales es acercar a esos jóvenes a los auditorios.

¿Una opción de reinventarse era crear un "Iván el Terrible" distinto?

Es una obra que he hecho de dos maneras. Una más clásica en la que hay una orquesta, un coro, unos solistas y el narrador que lee el texto de la partitura original. Pero eso no llega al público. Cada vez que se opta por este formato salgo convencido de que las personas que acuden al teatro no se enteran de nada. La otra opción, tan extrema como llevarla a un lenguaje operístico y colocar a la orquesta en el foso, resta esencia a la música. Esa es una obra para interpretarla en un escenario, no en un foso. A partir de esa tesitura había que buscar una posición intermedia en la que la parte dramática tuviera toda la fuerza posible, pero sin desvirtuar la partitura de Prokofiev.

La ópera, por ejemplo, se está inclinando por ganar clientela con propuestas escénicas arriesgadas. ¿Cómo debe afrontar esa renovación la música clásica?

Hay muchos factores que tienen un papel importante en este problema entre comillas... Bueno, le podemos quitar directamente las comillas porque el envejecimiento de la audiencia es un conflicto muy grave. La educación humanística en las escuelas es un factor decisivo, es importante que desde niños entendamos que al final el arte es la esencia que corre por nuestras venas: somos quienes somos porque tenemos la cultura que tenemos. No estoy en contra de que se hagan adaptaciones operísticas a públicos jóvenes, pero no admito que a Mozart le pongan un bajo eléctrico, porque eso es una aberración.

¿Es una cuestión de educar o de normalizar?

Los músicos tenemos que quitarnos ese barniz exterior que transmite cierto brillo porque somos gente joven que nos gusta salir, estar en las redes sociales y que el término clásico suena fatal o peyorativo. La música es música, me da igual que alguien escuche una sinfonía de Mozart, una composición de Queen o un tema de rock de los que suenan en la radio. Estoy seguro de que si a esos "peques" les dan las herramientas necesarias para acercarse a la música clásica la audiencia responde. Pasa en otros países, en el nuestro no, y eso es algo que debemos normalizar.

A pesar de esa "retirada" de los auditorios del público, lo que no admite duda es el auge de directores españoles en grandes orquestas de todo el mundo.

Creo que esta es la mejor generación de directores que ha tenido España. Nunca hubo una remesa tan importante, sí unos magníficos ejemplos aislados, pero en ningún caso comparable con esto. En España, por suerte, no todo se ha hecho mal.