Con permiso. En mi primer artículo del año -y con este serán veintiuno en esta columna de domingo-, además de infinitas gracias, permítanme unas reflexiones al aire que ojalá calen entre nosotros con la profundidad que cada uno crea, entienda o quiera.

Ahora que la delicadeza está en desuso. Ahora que se perdieron las formas, las caricias... y la mala educación es la educación de moda. Ahora que solo nos miramos a nosotros mismos, a lo nuestro, a lo mío. Ahora que lo bueno avergüenza, mientras lo malo vende. Ahora regreso con la ternura y la amabilidad como esa bandera imposible de derrocar.

Ahora, aunque sea este un grito en el desierto, un canto de cisne, una claudicación que no quiere claudicar de ningún sueño: de tantos... Quiero, y desde aquí me comprometo, a seguir inaugurando sueños. Ese hábito irreparable ya que no me arrepiento de ninguno de ellos. Muy especialmente de los que se convirtieron en grandes fracasos. Fracasar es una manera de ganar, también. Nos pasamos la vida persiguiendo victorias. Y entre tantas ambiciones perdemos la ternura. La delicadeza. No está de más abrir la puerta para que otro pase primero. Ni acompañar a los que andan siempre acompañados de sí mismos. No permitir que los viejos se vuelvan más viejos en residencias que no miran a ningún mar.

No podemos consentir la tristeza. Ni quedarnos añorando un abrazo. No están de más los afectos. Son gratis. Hacen más llevadera la vida. No se trata de sobrevivir: vivir es otra cosa. Vivimos más cuando más damos. Cuando más nos damos. La ilusión, la cordialidad, los afectos, el querer, el quererse... son un patrimonio que crece cada día.

En este tiempo, abarrotado de canallas y tramposos, conviene defender la sensibilidad. Invertir en delicadeza es una gran apuesta. Aunque esto suene a otro país de las maravillas. Porque sin delicadeza no somos nada. Se lo pido a usted. Y a usted también. Con los brazos abiertos. Que sea capaz de ser delicada. De ser delicado. En cada minuto, en cada ocasión..., ya llueva, nieve, truene o se rajen las piedras por el sol.

Ahora, que hay tantas miradas perdidas. Tantas noches sin luna. Tantos viviendo a lo que salga. Tanta incertidumbre. Ahora que la solidaridad triunfa más en la distancia que en la vecindad. Ahora que hablamos con los dedos. Que soltamos -generalmente para mal- lo que nunca nos atreveríamos a decir en un cara a cara. Ahora que tienen veto los sentimientos, la sinceridad. Ahora que siguen sobre el caballo las apariencias, la mediocridad, el oportunismo, la hipocresía. Ahora que el dinero se sitúa por encima de todo, que las cosas se ponen por encima de las personas. Ahora que los niños tienen poca resistencia a la frustración. Ahora que los padres no niegan nada. Ahora que no hay tiempo. Que no hay tiempo para nada. Ahora que hay niños que se contentan con cualquier cosa y niños que no se conforman con nada.

Ahora, para que nadie se frustre en el primer intento fallido. Ni se sienta inferior ni inútil. Ahora y para que regrese al ciclo de la ilusión, a sabiendas de que la felicidad no está en las cosas sino en el ánimo de cada persona. Ahora, y precisamente por eso, permítanme seguir inaugurando sueños. Y si no tiene... le presto los míos. O... a bailar, que "es soñar con los pies".

Feliz domingo.

adebernar@yahoo.es