Desde la niñez profeso un credo optimista -o voluntarista, para ajustar el adjetivo- que sostiene que mañana será mejor que hoy. Quien me inició en esa doctrina valoraba como poeta, y detestaba como persona, al soldado Jorge Manrique, fuente de la vena elegíaca, porque, en la sacralización de la nostalgia, negaba la esperanza, el poderoso e intangible activo del futuro.

En honor a la verdad, la constitución del Parlament superó vicios y modos recientes; su presidente, Roger Torrent, mostró una elegante neutralidad institucional y, sin renuncia ni aspaviento, se desmarcó de la visceral parcialidad de su antecesora, algo disminuida tras su paso por prisión y la pública aceptación de la legalidad vigente que le permitió salir de la reclusión provisional.

En el ciclo que empieza veremos si la buena impresión se confirma o se repiten las flagrantes violaciones constitucionales y reglamentarias, las vulneraciones de los derechos parlamentarios y el sectario desprecio a los dictámenes y criterios de los tribunales y los servicios jurídicos de la propia cámara. Pero, insistimos, Torrent apunta mejores señas que Forcadell, que, entre otras hazañas, en sus horas bravas, excluyó del gentilicio catalán a todos aquellos -la mayoría ciudadana, nada menos - que no entraron en la deriva secesionista.

Sin embargo, ante las obligaciones del nuevo delfín de ERC se planta el extravagante desafío de Puigdemont, que, con acólitos más mediocres aún y el único apoyo de la minoría nazi-flamenca y la simpatía verbalizada pero no oficializada del venezolano Maduro, sigue con la monserga de la posverdad y es tratado como un caso risible y folclórico por la prensa humorística de Europa.

Elegido como guardés temporal de la masía del eclipsado Mas, metido en una vorágine judicial de consecuencias imprevisibles, ni siquiera el "religioso y dialogante" Junqueras ha podido meter en cintura a este gerundense profesional del independentismo, cuya estatura política y cultural asusta a cualquiera y que nos tiene reservados, no lo duden, momentos tan chungos y divertidos como la solicitada investidura virtual. (Escribo esta columna con el fondo airado de costaleras gaditanas que denuncian la discriminación machista en una cofradía de Semana Santa y, hasta el punto final, ni en informativos ni en tertulias audiovisuales oí crítica alguna a la mínima presencia femenina en la Mesa catalana).