El debate sobre el uso del gas como combustible sustitutivo del fuel está en su punto álgido. Hasta ahora, teníamos claro que había quien creía que la implantación del gas era perjudicial -el presidente del Cabildo grancanario, o Podemos, por ejemplo- y quienes defendían su generalización por considerarlo adecuado para dar una respuesta al problema de quemar gasóleo -Coalición, el PP, el PSOE o al menos una parte del PSOE?- hasta que las renovables estén en condiciones de coger el relevo. Quemar gas para producir energía eléctrica es más eficiente, menos contaminante y más barato que quemar gasóleo. Y en algunos sitios, el gas ciudad puede ser una alternativa rentable a la electricidad para calefacción y menos contaminante que el butano.

Creo que es razonable apostar por el gas. Eso, de hecho, es lo que se asegura en la Estrategia Energética de Canarias 2015-2020, que ha de debatir el Parlamento de Canarias, y que se manifiesta rotundamente a favor de la introducción del gas natural en las Islas. Entre los argumentos de mayor interés, está el hecho de que la generación de energía eléctrica no renovable seguirá siendo necesaria para asegurar la cobertura de la demanda, incluso en un modelo energético con gran peso de las renovables, como el que establece y recoge la propuesta de estrategia, que apoya la creciente introducción de eólica y fotovoltaica, que hoy suponen apenas el ocho por ciento de la generación eléctrica de las Islas.

Ante esa situación, el gas natural supone ventajas evidentes como combustible alternativo al fuel y gasoil, utilizados de forma masiva en Canarias para la generación eléctrica convencional. El gas no sólo supone una reducción del impacto ambiental, que permitiría reducir las emisiones de CO2 en casi un tercio, las de óxido de nitrógeno en más de la mitad y las de dióxido de azufre en su totalidad; también aporta una mayor diversificación energética, menores costes de generación, mayor seguridad de aprovisionamiento y mejor rendimiento de las centrales de ciclo combinado actualmente en funcionamiento, centrales que fueron concebidas para quemar gas natural, pero usan desde entonces -y de manera "temporal", en una temporalidad que ya dura décadas- gasóleo muy contaminante.

Esa es la realidad del asunto. Quienes plantean que lo óptimo es ir a un sistema cien por cien renovable ocultan que eso no es posible con la actual tecnología, y no lo será probablemente en muchísimos años, y que llevamos décadas de retraso en la implantación del gas, deteriorando unas centrales de ciclo combinado que sufren por el uso de gasóleos. El verdadero drama de las centrales de gas no es que se instalen. Es que no se hayan instalado desde hace años. Se ha perdido un tiempo importantísimo, hemos contaminado y producido energía más sucia y más cara en seis sistemas eléctricos cerrados. Y -esa es otra- vamos muy justos para que en 2025 los puertos de Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas dispongan de puntos de repostaje de gas natural licuado, o incumplan la normativa de la Red Transeuropea de Transporte y queden fuera de ella.

Esos son algunos de los asuntos realmente importantes en relación al gas. Lo del gas ciudad es otra historia que nos está confundiendo y alejando de las decisiones realmente importantes, que son las que tienen que ver con la generación eléctrica y el abastecimiento industrial y portuario. No tengo claro si será o no rentable agujerear nuestras ciudades para llevar en forma de gas ciudad una energía que puede ir por conducción eléctrica generada con gas en las centrales. Y no creo que ese sea el asunto que deba preocuparnos ahora.