Cuando se fundó la autonomía los partidos políticos no estaban formados por santos ni por estadistas inconmensurables. A pesar de ello, los representantes de antes fueron capaces de sentarse y superar las enormes desconfianzas y recelos que existían entre las islas, entre los poderes de las burguesías y entre la vieja clase política residual del franquismo y los nuevos demócratas.

Se creó la estructura de una nueva y carísima administración autonómica que fue capaz de echarse a navegar y protagonizar el despegue democrático de Canarias. Toda aquella capacidad ha sido sustituida por la ocurrencia y la conveniencia. La única reforma electoral hecha en Canarias, en los años noventa, se hizo a la mayor gloria de los intereses de los grandes partidos, que consiguieron limitar la eclosión de fuerzas insularistas, a las que se cerraron las puertas del Parlamento canario estableciendo unas barreras muy difíciles de superar. Para poner el culo de un diputado en la cámara se necesita o el 30 % de los votos de una circunscripción insular o el 6 % de la regional, algo que muy pocos partidos consiguen sin tener implantación en todas las islas.

Lo que hoy se llama reforma electoral es una segunda ocurrencia hecha a la medida de esos grandes partidos. Quieren aumentar diez diputados más el Parlamento para compensar la rebaja de esos topes electorales. Con más diputados para Gran Canaria y Tenerife los grandes se aseguran en la práctica los mismos escaños que tienen en la actualidad. Y aquí paz y en el cielo rosquetes.

No se refunda nada. No se sustituye el sistema de triple paridad, que ha funcionado bien, por otro fruto del consenso y el acuerdo, sino por un apaño de "criterios poblacionales" que da un diputado más a Fuerteventura teniendo veinte mil votantes menos que La Palma y que, sin embargo, no otorga ninguno a Tenerife, que tiene cincuenta mil votantes más que Gran Canaria. No se puede hacer peor.

Dicen que el sistema electoral canario es el más desproporcionado de España. Es verdad. Pero también somos la única Comunidad española que tiene dos capitales y una administración hecha en espejo, partida en dos, con cargos aquí y allá, para contentar a las dos burguesías capitalinas, aunque a todos los canarios les cueste esa división la yema de uno y la clara del otro. Ese tema es tabú. Ni tocarlo. Aquí de lo que se trata es de majarse a los herreños, los gomeros y los palmeros, que van camino de ser residencias de ancianos. ¡Ah, sí! Y de echar a los de Coalición Canaria del Gobierno. ¿Quieren echarlos? Estupendo, que ya llevan unos añitos. Pero Coalición tiene sólo dieciocho diputados de sesenta. ¿Cuál es el problema? Que se pongan de acuerdo, que tienen votos de sobra. Y sin costarle un duro más a la gente, que ya está bastante pelada por tanta extravagancia.