Uno de los grandes placeres que me dio la vida es haber vivido en La Laguna. Allí descubrí la lectura y el amor, allí sigo descubriendo la simetría de las calles, el clima como amodorrado de una ciudad en la que he sido feliz. En El extranjero Albert Camus escribe sobre una playa en la que el protagonista fue feliz, una playa concreta, un sitio concreto, no un sitio cualquiera, el sitio en el que el extranjero fue feliz. Hay sitios concretos, esquinas, bares, calles, casas, plazas, en los que he sido feliz, y muchos de ellos están en La Laguna, donde reside, también, el sosiego que tantas veces busco en las ciudades.

Entre los lugares que amo de esa ciudad magnífica está la Universidad de La Laguna y, por supuesto, el Colegio Mayor San Fernando, donde residí un tiempo, para estudiar Filosofía y Letras y Periodismo. Ya ejercía Periodismo cuando llegué a estudiar a La Laguna, estuve primero en La Tarde y luego en EL DÍA, y como ya trabajaba estudié muy poco, y ahora siempre lo lamento. Me acuerdo de la Biblioteca de la Universidad, donde trabajé a las órdenes de don Marcos Martínez, del Bar de Salvador del que he escrito aquí tantas veces, de los bedeles de la Facultad, de las clases de don Emilio Lledó, de los pasillos inmensos, de los funcionarios, de los profesores (el gran Escohotado, Voituriez, Mederos?), de los catedráticos (don Alejandro Nieto, tan irónico, tan inteligente)? Y del sol. Me acuerdo del sol en las escalinatas. Y me acuerdo, en fin, de las clases, de los ventanales, de los libros abiertos, de las bellísimas compañeras, de los suéteres rotos de mi amigo Amador, muerto tan temprano, del coñac con naranja de mi amigo Pepe Fajardo, del asma que compartí con Fa Molina Petit, de Andrés Doreste, de Cataño, de su implacable manera de despertarme al alba para leerme sus poesías?

Ahora he estado en La Laguna y ahora, esta mañana de viernes en Madrid, ante el ventanal soleado de la ciudad fría, me vienen otra vez las visiones que tuve este último martes en mi ciudad querida. Fui al homenaje universitario a Antonio Tejera Gaspar, que estudió conmigo, pero unos años antes, y a Elfidio Alonso (como representante mayor de Los Sabandeños), que tanto me ayudó a ser periodista, en este periódico y antes, cuando no lo conocía y le leía en EL DÍA su sección Aquí, La Laguna, que él escribía en la página 2 del diario. En aquel entonces, cuando se establecen estos recuerdos, hacía aquí la crónica universitaria Eliseo Izquierdo, que con tanto afán reconstruye la nomenclatura tan diversa del periodismo canario. Luego él se fue a hacer crónicas más sustantivas, de arte y de poesía, y me dediqué yo mismo a esos menesteres periodísticos universitarios. Me tocó una época muy convulsa de la Universidad, cuando, ante la oposición de don Antonio González y don Jesús Hernández Perera, dos rectores del Norte, de Los Realejos y de La Orotava, la policía quiso hacerse fuerte en el campus. Fueron años de política clandestina o abierta, fue cuando Franco quería mostrar que su violencia iba a ser eterna y que todo iba a quedar atado también en aquellos recintos sagrados del saber.

La hemeroteca habla de aquel periodo como una época de resistencia, y este periódico dio fe de ello y sufrió por ello, no sólo la censura, que es cosa concreta y sabida, sino la amenaza, la delación, la dificultad de vivir que produce la sensación de que el hachazo está pronto pero no sabes de dónde te vendrá. Por eso este periódico merece también este recuerdo: nunca fui tan feliz en otro lado que entre estas paredes que ahora me acogen, en un tiempo indeciso de la vida de España, cuando la dictadura moría matando y moría persiguiendo y moría amenazando.

Todas esas cosas me vinieron a la memoria este martes y ahora aparecen de nuevo cuando ya no estoy allí y escribo del recuerdo en mi casa de Madrid, rebuscando en aquel día, en el Paraninfo y en la planta dos de la Universidad vieja, donde estudié, recuerdos que valen más que lo que se puede contar en palabras pues son recuerdos del corazón.

Como suelo hacer, llamé luego a don Emilio Lledó para contarle las cosas bellas que dijo de él su alumno, y ahora catedrático jubilado, Antonio Tejera Gaspar, tan buen alumno y tan excelente amigo. Don Emilio aprovechó, como siempre, para recomendarme un libro, La lengua de los dioses, de Andrea Marcolongo (Taurus), que compré en la Librería El Paso, tan serena, de Santa Cruz. Luego estuve buscando, en varias librerías (en esa también) otro libro que me fue recomendado (Un mundo sin ideas, Paidós), pero no lo encontré. Y después me fui a descansar un rato a La Laguna. Y en el Nivaria me encontré a un grupo de mujeres, alguna de las cuales fue compañera mía de Instituto, que hablan en francés. Como soy periodista, les pregunté qué hacían. Compartían (como cada martes) lecturas en ese idioma, del que habían sido o eran profesoras. Ese día hablaban de Bola de sebo, la obra maestra (según Flaubert y Juan José Millás) de Guy de Maupassant. Me quedé con ellas allí un rato, oyéndolas, y volvió a darme rabia no haber estudiado en serio y más.

Por la noche estuve recordando que tenía que haberle escrito a Giconda Belli, la gran poeta nicaragüense, porque por la mañana, en el acto de la Universidad, había escuchado a la gran Fabiola Socas, con su perro atento a sus pies, cantar "una de mis canciones favoritas", eso dijo la querida Fabiola. Y esa canción era de Gioconda. "Ya se quedó dormida / la muchachita?" Pero me olvidé de escribirle, me olvido de todo, la vida es una cuesta que, mientras baja, deja atrás los recuerdos de lo que quisiste hacer y no hiciste?

Y al día siguiente, a las seis de la mañana, le pedí al recepcionista que me pidiera un taxi. Él miró por la ventana y vio un taxi. "Aquí me asomo y lo veo todo", me dijo el recepcionista. "Esta es mi ventana de Platón", añadió. Cuando el taxista me depositó en el aeropuerto me dijo, cerrando el maletero: "Mi gran personaje de la historia es Pitágoras". Yo no le había preguntado nada. Eso dijo, espontáneamente. Y eso sólo pasa en mi querida La Laguna.

Ah, y el jueves murió Claribel Alegría, poeta de Nicaragua. Le pedí a Gioconda Belli que escribiera sobre ella y ahí me acordé de lo que Fabiola había cantado en el Paraninfo. Y se lo dije.