A este pobre hombre, Puigdemont, le han cogido con las vergüenzas al aire. No hay nada más dramático que ver tu privacidad expuesta a la curiosidad ajena. Sus cuatro guasap al diputado de Esquerra, Toni Comín, captados por un cámara del programa de Ana Rosa Quintana, son la demostración más palmaria de que el "procés" ha sido siempre un juego de marrulleros. Puigdemont reconoce que el asunto está muerto tras la suspensión de la votación de su investidura, señala la percepción de que ha sido abandonado y se desinfla en una confesión patética, en la que lo que viene a decir es que ha hecho un ridículo histórico, precisamente lo que el "molt Honorable" Tarradellas, conocedor experto de la política catalana, quería evitar a toda costa.

Con el daño hecho, Cataluña dividida, los catalanes enfrentados y el país retrocediendo en todos los ratios económicos, Puigdemont saca su alma de pequeño burgués a relucir y asegura que él lo que va a hacer ahora es ocuparse de defender lo suyo. Faltaría más. Es difícil hacer la revolución incluso con un heroico ejército de revolucionarios, rebeldes y resistentes dispuestos a dejarse la vida en el intento. Cuando los héroes tienen salarios públicos que perder, coche oficial y dietas por desplazamiento, es hasta lógico suponer que estén más pendientes de conservar su patrimonio y no entrar en prisión, que de entrar en los libros de Historia. Las revoluciones se convierten entonces en un ejercicio de salón, y eso es lo que ha ocurrido en esta tercera y penosa refriega por la República Catalana que no fue. Sin necesidad de que nadie pegue un tiro -como ocurrió en las anteriores-, siquiera al aire. La historia se repite, a veces como tragedia, a veces como farsa?

¿Y ahora? Ahora, con Puigdemont negando primero que los guasap sean suyos, explicando luego que fueron sacados de contexto, y reconociendo después que fueron un lapsus humano, lo que les queda a las fuerzas del "procés" es presentar otro candidato o esperar a que Rajoy vuelva a convocar elecciones. Para cuando se convoquen, si se convocan, las cosas serán muy muy distintas: en marzo, a más tardar, todos los encausados que se encuentren en prisión provisional o fugados y estén procesados por malversación, sedición y rebelión serán inhabilitados de acuerdo con lo establecido en el artículo 384 bis de la Ley de Enjuiciamiento Criminal. No habrá que esperar al juicio ni a que la sentencia -que podría producirse a finales de 2018-, sea firme. La mayor parte de los dirigentes del "procés" quedarán inhabilitados en marzo -antes de una posible nueva convocatoria de elecciones- y el resto -todos los que eludieron la prisión provisional, aceptando acatar la Constitución, lo serán cuando haya sentencia firme, que podría moverse entre los quince y los treinta años. Cuando la Justicia resuelve, el juego termina y empieza la catarsis.

Y es por eso que el presidente del Parlament, Roger Torrent, ha optado por cumplir las advertencias del Constitucional. El primero que esté dispuesto a ir a prisión que levante la mano. A partir de ahora el juego hay que jugarlo por otros medios y con otros mimbres. Porque la Justicia no resuelve el viejo problema catalán de siempre. Apenas coloca las cosas en su sitio, y aclara a quienes han estado jugando con un pie en las instituciones y el otro fuera de la ley, cuáles son las reglas con las que funciona el Estado.

¿Y Puigdemont? Si vuelve a España, acabará en el trullo. Y si no lo hace, tendrá que dedicarse a contar cuentos del abuelo cebolleta a los turistas que vayan a ver el "Manneken pis". La Historia detesta el fracaso: Puigdemont será recordado como un tipo irresponsable que condenó a Cataluña a perder. Puigdemont es bastante tonto, pero ya sabe que ese es su destino.