Experiencia única. De pequeño subimos un par de veces a ver la nieve en el Seat 1430 de mi padre, forrados con varias capas porque no teníamos verdadera ropa de abrigo. En realidad nunca vimos mucho más que algo de hielo acumulado en las zonas de sombra. Ya de mayor, un día nos deslizamos por las laderas nevadas cerca de El Portillo y algunos años después, una mañana de Reyes, con mi primo Eduardo, llegamos cerca de Izaña a ver nevar. Recuerdo también algún nevero junto al sendero del Pico Viejo y poco más; hasta ahí llegaba mi experiencia con el blanco elemento en el Parque Nacional. Pero en una ocasión, alojados en el Parador de Las Cañadas, cayó una nevada tremenda, como la de esta semana, y nos quedamos aislados. El paseo sobre la nieve virgen fue impresionante; el silencio, indescriptible. Bien equipados, bajamos a las Siete Cañadas, pasamos por el sanatorio hasta la base del Teide sin cruzarnos con nadie, sin escuchar un coche, solo viento y nieve, solos como exploradores en la Antártida. Una vivencia excepcional.

Ahora. Las carreteras a la cumbre están cerradas. Somos muchos, no estamos preparados para circular (ni sabemos) en estas condiciones de hielo y nieve, no abunda la sensatez ni las autoridades pueden garantizar la seguridad de los ciudadanos que desean pisar el manto blanco. La prohibición es lógica. Y la activación del "Operativo de nevadas" cuando se pueda, para permitir el acceso ordenado y sin riesgo. Pues eso, paciencia.

Pagar. Con extremada prudencia propone el Cabildo la introducción de servicios de pago en Las Cañadas, esté nevado o luzca el sol. Me parece lo propio. En todos los parques nacionales del mundo -admítame esta generalización no corroborada- se paga por la visita, no solo para abonar la prestación de actividades concretas, sino para rentabilizar el patrimonio natural en sí mismo. Los espacios naturales como fuente de riqueza, sostenible e inagotable. Garantía de satisfacción por el dinero desembolsado fuera de toda duda, además, porque el espectáculo no defrauda ni a la primera ni a la quinta sesión. "Pero a mí que no me cobren, que soy tinerfeño, ¡de pura cepa!", alegará usted para tratar de ahorrarse cuatro euros, aunque no encuentro argumento convincente que justifique por qué no debe pagar por disfrutar, si le apetece, de esta maravilla geológica. Los niños gratis, propongo: obligada excursión escolar para enseñarles a querer el planeta en el que viven y que recibirán en herencia a beneficio de inventario.

Racionalidad. Esto del medioambiente ya no está de moda. A la gente, cuando le preguntan en las encuestas, le importa un pepino. En comparación con el paro juvenil, las listas de espera en la sanidad o las colas de la TF5, aquello que ocurra con las tabaibas y los cardones ha perdido todo el interés. Tiene sentido, hemos asumido (por imposición) la protección de la mitad de nuestro territorio después de treinta años de aprobada la ley. Las iniciativas ambientales pierden componente emocional para ser tratadas de forma racional, problemas que se resuelven ahora con planteamientos técnicos. Avanzamos. Bienvenida cualquier propuesta que ponga en valor nuestros atractivos naturales, genere riqueza y requiera utilizar menos recursos públicos.

Profeta. Año de nieves, año de ya se sabe. Vaticinaba en esta misma columna que bastaba hacer creer que las cosas van bien para que pareciera que van bien, profecía autocumplida. En realidad, la vida sigue más o menos igual; piénselo: los indicadores socio-económicos no han mejorado sustancialmente ni el bienestar de las personas ni se han resuelto nuestros problemas estructurales. Y el turismo en máximos históricos, menos mal, pero no da para más.

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