El día 30 de enero de este recién nacido año 2018 se puso de manifiesto la realidad política de una democracia que apenas despunta maneras y que sus enemigos, que los tiene, entre ellos una buena parte de la izquierda populista, amargada, revanchista y rencorosa, que aún no ha pasado el duelo de su derrota guerracivilista, y que, incomprensiblemente, ahora anda de la mano de los peores enemigos de España, como son los nacionalistas e independentistas de nuevo cuño, han señalado, una vez más, hasta dónde son capaces de llegar en esta deriva absurda y suicida, adulterando el normal desarrollo de la constitución de un Parlamento, seguido de la elección de un presidente de Gobierno; en un abierto y permanente desafío al orden constitucional, a la justicia y a la razón, aumentando sin necesidad la brecha social de un pueblo que asiste inalterable y perplejo a su propio suicidio colectivo moral, económico y social.

A la vez, ese mismo día, y mientras en Cataluña una buena parte del independentismo que preside la mesa del Parlamento, gracias al voto y apoyo de los populistas de Podemos, escenificaban sin pudor y sin temor al ridículo su enésima charlotada victimista, coreada y apoyada por los jóvenes cachorros de los comités de la defensa de la república, quienes "pacíficamente" asaltaban las barreras policiales que rodeaban el Parlamento catalán, y "pacíficamente" golpeaban a los mossos que intentaban, no con mucho acierto ni ganas, controlarlos, en Madrid, y más concretamente en el Salón de Columnas del Palacio Real, escenario de los más importantes acontecimientos de nuestra historia, se ponía de manifiesto la otra cara de la realidad del Reino de España, como era la imposición a la infanta Leonor del gran collar de la orden del Toisón de Oro.

Su Majestad el Rey Felipe VI ha querido en el mismo día que cumplía su cincuenta cumpleaños, y, a diferencia de otras monarquías constitucionales europeas donde se celebra dicho acontecimiento con fiestas y galas que suelen durar varios días y donde acuden los representantes de todas las Casas Reales europeas, festejarlo con una sobriedad característica de nuestros reyes, cediéndole el protagonismo a su hija y heredera al trono con un acto breve, sencillo, pero no por ello menos importante y trascendente para el futuro de la propia monarquía y, por extensión, para el reino de España, al entregarle el Toisón de Oro, que, para aquellos que no lo sepan o lo ignoren, no se "compra" ni se "regala", sino que dicha condecoración pertenece a Patrimonio Nacional y se "presta" de forma protocolaria hasta la muerte del que la recibe, revirtiendo posteriormente a dicho Patrimonio.

En este caso concreto, dicha distinción, que en realidad representa la pertenencia a una orden de caballería, probablemente una de las más antiguas e importantes de Europa, ya que data de tiempos del rey Felipe III de Borgoña, cuando en 1429 la fundó para fidelizar y premiar a los grandes hombres y mujeres de su tiempo y que, desde entonces, ha estado ligada a la dinastía de los Habsburgo y a las Coronas de Austria y España, perteneció en vida a don Juan de Borbón, conde de Barcelona y bisabuelo de la actual princesa de Asturias; y que habrá de recordarle, cada vez que lleve puesta su insignia, según palabras de su real padre, la responsabilidad y las exigencias que conlleva ser la princesa heredera.

Pero en dicha ceremonia, en contraste con otros actos que se estaban celebrando en esos momentos en Cataluña, donde el ridículo, la frustración, las guerras intestinas entre los independentistas están al día, jaleados por unos votantes impermeables a la realidad e instalados permanentemente en el agravio, en el Palacio Real se habló de acatamiento a la Constitución y a la Ley; de valores, dignidad, sacrificio, honradez, imparcialidad, honestidad, integridad, tolerancia y respeto.

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