Escribimos de la dibujante y pintora Rosario Weiss, notable y reivindicada excepción en la pintura decimonónica española, académica y alumna de Francisco de Goya. Hoy dedicamos la columna a la conservadora Barbara Jatta (1962), la primera mujer que, después de medio milenio, dirige los Museos Vaticanos.

Creada y configurada entre 1455 y 1593 por Nicolás V y Alejandro VI y ampliada por sus sucesores en la silla de Pedro, la institución posee más de un millón de obras de primer nivel mundial (arqueológicas, documentales, escultóricas, pictóricas y de artes suntuarias) de las que sólo doscientas mil están a la vista, tiene una nómina de un millar de empleados y recibe cada año más de seis millones de visitantes.

Casada y madre de tres hijos, la señora Jatta es licenciada en filología clásica y en historia del arte; ha dedicado toda su vida profesional a la catalogación y presentación de estos fondos y fue, hasta 2016, la principal colaboradora de Antonio Paolucci, otrora ministro de Cultura del Gobierno de Italia y, durante diez años, gestor de una audaz y espectacular renovación de las estancias pontificias y de los espacios expositivos; concluida esta notable labor dimitió y la propuso como sucesora.

Por su parte, el santo padre la confirmó en el cargo con el mandato expreso de abrir la institución "más allá de los fondos expuestos y los ocultos, en investigaciones, seminarios y convenciones científicas, ediciones especializadas y populares, actos e intercambios internacionales y muestras temáticas e itinerantes para compartir los beneficios de la cultura y visualizar y poner en valor los ingentes tesoros de la humanidad que custodia la Santa Sede".

Con unos beneficios de cien millones de euros, procedentes de las entradas, los proyectos previstos buscan mejorar la experiencia y la comunicación con los espectadores y, además, crear instalaciones virtuales de las dependencias cerradas por obras o restauraciones puntuales.

El Papa del Fin del Mundo -como le gusta llamarse- tiene muy claro el rol social de la jerarquía católica y "no quiere panteones mudos ni sitios donde las obras cojan polvo", sino entidades vivas que transmitan mensajes de paz y belleza.