Algunos descendientes directos de aquellos más de dos mil soldados y marineros napoleónicos prisioneros que fueron trasladados desde Cádiz a Canarias durante los años 1809 y 1810, en plena Guerra de la Independencia española (1808-1814), se integraron plenamente en la sociedad canaria casándose con mujeres isleñas y formando familias.

Apellidos como Barlet, Beautell, Orán, Schwartz o Serís, entre otros, son el vivo reflejo de aquella realidad que el historiador Francisco Fajardo Spínola (Lanzarote, 1947) describe en su libro "Los prisioneros franceses de la Guerra de la Independencia. Canarias, 1809-1815), que fue presentado ayer en el Ateneo de La Laguna, con la participación de Agustín Guimerá Ravina y Francisco Pomares.

"Es una investigación relacionada con la presencia en Canarias de casi dos mil trescientos prisioneros franceses que fueron enviados aquí durante la Guerra de la Independencia. Llegan en 1809 y 1810 y van a se repatriados cuando termina la guerra, en 1814 y 1815. Estos prisioneros eran soldados vencidos en la batalla de Bailén y marinos que procedían de los barcos franceses que habían escapado de la derrota de Trafalgar y se habían refugiado en Cádiz, cuando España y Francia eran aliados, entonces al cambiar las tornas los españoles los apresaron", explicó Fajardo.

Durante aquel periodo hubo tal concentración de prisioneros en Cádiz, sobre todo por los avances franceses hacia Andalucía, que las autoridades decidieron para aliviar la situación enviar a más de diez mil a Baleares, confinándolos en la isla de Cabrera, un verdadero desierto donde fueron abandonados, registrándose una elevada mortandad.

"En Canarias fueron concentrados en un macrocampamento en Candelaria, pero aquello no funcionó. La hacienda canaria no tenía medios para mantenerlos, entonces los dispersaron, enviando más de ochocientos a Gran Canaria, unos doscientos a La Palma y el resto se quedaron en varias localidades tinerfeñas".

En Tenerife fueron recluidos en prisiones, depósitos o cárceles habilitadas en Santa Cruz, La Laguna, La Orotava, Icod de los Vinos, Garachico, Los Realejos, Guímar y Candelaria, localidades en las que algunos de ellos consiguieron trabajar en el servicio doméstico con las familias ricas, como artesanos y otras profesiones.

"Ante la incapacidad para mantenerlos y alimentarlos, les permiten salir a trabajar (...). Les empleaban nobles, militares, eclesiásticos, comerciantes, oficiales de aduana e incluso alguna viuda rica. Tener un criado francés vestía mucho. Otros trabajaron como artesanos, de hecho algunos cronistas destacaron su habilidad para determinadas tareas".

La realidad indica que los prisioneros franceses fueron muchísimo mejor tratados en Canarias que en Baleares. De hecho, cuando acabó la guerra en 1814, la mayoría fueron repatriados en dos fragatas francesas ese año y el siguiente, pero más de doscientos decidieron quedarse porque habían establecido relaciones de amistad con jóvenes canarias con las que decidieron casarse, establecerse en las islas y formar familias con ellas cuando se lo permitieron, tras acabar la guerra y demostrar que eran solteros.

"También hubo reacciones de hostilidad al principio, pero al final hubo un proceso de integración muy interesante. De hecho, perduran una serie de familias de descendientes como Barlet, Beautell, Cayol, Dionis, Duchemin, Fernaud, Garnier, Maffiote, Maturier, Orán, Pomerol, Ripoche, De la Rosa, Schwartz o Serís. Otros se fueron a América o se castellanizaron. La mayoría era gente humilde y algunos progresaron, como Pedro Schwartz o Imeldo Serís ".

Los que consiguieron trabajar, que dejaron de cobrar el sueldo que les pagaba la hacienda canaria por normas militares, vivieron, obviamente, mejor que los que no lo hicieron, que pasaron bastante penuria.

Al parecer, también se vivieron algunas situaciones de tensión muy graves, provocadas por una movilización antifrancesa de carácter ideológico promovida por el clero que fanatizó a la población contras las ideas francesas, o por rivalidad laboral, como ocurrió con el gremio de carpinteros en Santa Cruz.

"Hubo episodios de agresividad contra los depósitos de franceses, como el que se produjo en 1810 en el valle de La Orotava que tiene causas diversas, también de enfrentamiento popular contra los ricos de la zona que empleaban a algunos franceses, incluso antes de la guerra. En el Puerto de la Cruz descuartizaron a dos franceses que no eran prisioneros, uno era un músico y el otro un empleado de una casa comercial. Los lincharon a pesar de la oposición de las autoridades y los notables".

También hubo un motín en La Orotava que se consiguió apaciguar, donde una masa de gente se dirigió al antiguo convento de los Jesuitas, donde estaban recluidos los presos franceses, con la intención de lincharlos.

"En cambio, en las clases superiores se percibe cierta admiración, aunque no eran afrancesados en sentido político. Se les contrata para dar clases de esgrima, ofrecen espectáculos de títeres y sombras chinescas... Deslumbran con algunos elementos que son novedosos aquí".

Las principales fuentes consultadas por investigador lanzaroteño para elaborar este trabajo de investigación histórica han sido los Archivos Diocesanos de La Laguna y Las Palmas, en concreto los denominados "expedientes de soltería". También acudió a los documentos del Archivo Militar de Almeyda, a la Biblioteca Municipal de Santa cruz y varios archivos franceses.

Otro detalle que descubrió en su estudio es que entre los presos enviados a Canarias había media docena de mujeres, una de ellas era la esposa de un sargento, mientras que el resto eran cocineras, cantineras o prostitutas.

Francisco Fajardo Spínola

historiador