En la sociedad contemporánea se ha producido un fenómeno de secularización que ha supuesto, a su vez, un deterioro de reservas morales. Eso es indudable. ¿En dónde y cómo recuperar, o recomponer, esas vigencias, que al debilitarse, es decir, al pulverizarse las defensas morales en la sociedad, como las defensas biológicas y sanitarias en el ser humano ante la enfermedad, están facilitando la autodestrucción de tejidos sociales -la drogadicción, el terrorismo, el hambre, la delincuencia, la despersonalización, la corrupción, el aborto- y, por tanto, desvitalizar a la propia sociedad?

Ya apuntamos a escuela-familia. También, siguiendo el discurso tomista, se podría decir que hace falta, para la educación misma, un mínimo vital, incluso económico, para la práctica de la virtud educadora (profesores, alumnos y padres).

No cabe en todo caso sino un camino, desde el punto de vista educador: la contemplación de la dimensión religiosa como dimensión natural misma, esencial, a la educación misma. Cómo y de qué manera se llega a reconocer y, sobre todo, a practicar esa dimensión religiosa en la escuela, es un largo tema que, por ejemplo, Giovanni Gozzer desarrolló hace tiempo en una obra significativa, "La hora de la religión", y que nosotros abordamos en el libro "Enseñanza de la religión en una sociedad democrática", Zaragoza, 1989.

La raíz de los planteamientos éticos en la sociedad contemporánea, especialmente incluso los de tipo técnico o económico, pueden estribar en el análisis, reflexión y respuesta a este tema, permanente, de la dimensión religiosa de toda educación, que es tanto como decir dimensión ética de la educación misma. Cualesquiera sean las constituciones políticas o los sistemas pedagógicos o las confesiones religiosas, antes o después de los problemas de la sociedad están los de la familia y juventud. Podríamos traer aquí, como documento, el elaborado por la Sagrada Congregación para la Educación Católica, Roma, 1988, titulado "Dimensión religiosa de la educación en la escuela católica". Se dice, y bien, que "toda verdad de fe es generadora de educación y vida". Y eso es lo que necesita la sociedad contemporánea: afecto, respeto, gratitud, amabilidad, bondad, justicia, servicio, ejemplo, eso que está en la familia, y que en la escuela se cultiva, frente a la rebelión o el odio o la insolidaridad.

Todo lo dicho es válido en esencia para cualquier posición pedagógico-social. Para un educador cristiano, es más evidente.

*Académico