A veces uno siente el peso de la responsabilidad que sus escritos puedan tener sobre el parecer de las personas que los eligen. No se trata de negarles criterio. El de cada uno. Todo lo contrario. Pero soy consciente de que nuestras opiniones se forman y conforman de lo que van bebiendo de aquí y de allá. Si usted decide comulgar con algo de lo que relato, me gustaría que tuviera al menos tantas razones como yo -si no más- para defenderlo. Para justificarlo llegado el caso. Decía Bécquer -Gustavo Adolfo-, "...por lo que a mí toca, puedo asegurarte que cuando siento no escribo". Así de pragmático se expresaba el icono del Romanticismo. Con mucha razón. Así debería ser, seguramente, mas me resulta poco menos que imposible. Tantas veces el corazón guía la pluma..., tantas el cerebro se rinde a tan "desarbolador" empuje... que no puedo sino admirar a quien lo consigue. No puedo cruzar la lluvia sin mojarme. Lo siento.

Bueno, a lo que toca. La dignidad de los seres humanos está en su comportamiento, no en su trabajo, por humilde o importante que este sea. Igual que la indignidad de esas mismas personas. El otro día escuché en la radio el testimonio de una periodista catalana, partidaria de la no separación. Por lo visto, iba en un taxi, hablando por su móvil con un amigo al que le estaba contando los problemas que afrontaba por pensar como pensaba, cuando el vehículo frenó de golpe. El taxista, insultándola como un energúmeno, la conminó a bajar del coche bajo amenazas.

Este pobre infeliz no se da cuenta de que la Cataluña que defiende con tan violentos métodos solo le traería miseria para su propia familia y hambre para sus hijos, pues de una "nasió" así se irían más, muchos más, clientes, de los que pudieran llegar. El fanatismo siempre ha sido el causante de la pobreza para los pueblos.

Me pregunto las razones. Las de verdad. Y vuelvo siempre a lo mismo. No los mueve un sentimiento patriótico benevolente, o una inclinación emotiva exacerbada hacia sus señales "identitarias". No los mueven las ansias por construir un mundo mejor o la idea de progreso futuro de su tierra. Todo ello son sofismas que han urdido para construir su ensalmo independentista. Lo que realmente los empuja es el odio.

A esa Cataluña, que cada vez tiene menos que ver con aquella Barcelona que nos dibujaba Mendoza en "La ciudad de los prodigios", en constante evolución desde finales del XIX hasta el primer cuarto del XX, la está hundiendo el odio sembrado desde hace décadas por estos que gritan "llibertat, llibertat" como si ellos fueran los únicos paladines de tal virtud, y no sus enterradores.

Qué van a hacer con tanto odio, me pregunto por enésima vez. Qué harán con él ahora que han destruido la convivencia social. Ahora que los amigos ya no pueden hablar de política o que han quebrado afectos en virtud de una ideología de corte totalitario: conmigo o contra mí, dicen. No es una invención mía, que miro la realidad con ojos de escribidor, sino sus proclamas: somos franquistas los que no pensamos como ellos. Odian a España. Nos odian, a usted o a mí. A sus hijos y los míos. En Bruselas, un títere de bufanda amarilla hiere a España con cuchillos de odio. Me produce repugnancia. Nunca les dimos nada. Va a ser eso. Desagradecidos. Les ruego que, al menos hoy, disculpen mi subjetividad. Y mi tristeza.

Feliz domingo.

adebernar@yahoo.es