Cuando el médico a domicilio le comunicó a la Padilla que tenía una otitis aguda, ella no lo escuchó bien y tuvimos que escribírselo en un papel. Al leerlo, la pobre mujer empezó a lamentarse de que una maldición había caído sobre ella.

-Primero me rompo las costillas, luego casi muero encerrada en el ascensor y, ahora, sorda ¿Qué más quieres de mi, Señor?

-No sé para qué le pregunta, porque si, por un casual, él le contestara ella no lo oiría -comentó Brígida.

Lloró tanto que a todos los vecinos se nos encogió el corazón y acordamos echarle una mano hasta que volviera a recuperar el oído.

Quien también ha tenido que recuperar pero, en su caso, horas ha sido Carmela, después de que la presidenta doña Monsi le anunciara los resultados de la auditoria que encargó sobre la limpieza de las escaleras.

-Han encontrado suciedad incrustada de hace más de una década -le reprochó agitando el informe como si pidiera las dos orejas y su cabeza.

-No se meta con ella -medió Eisi- ¿No ve que lo hace a conciencia para que los del CSI tengan pruebas si un día se comete un crimen en el edificio?

-Basta de tonterías. Te doy hasta el domingo de Carnaval para dejar la capa de suciedad actualizada -le advirtió doña Monsi.

En otras circunstancias, Carmela le hubiera lanzado la fregona a la cara a la presidenta pero, esta vez, se contuvo porque Pepe, su marido, ha perdido el trabajo.

-Pobrecito ¿Le han despedido? -preguntó María Victoria.

-¡Qué va! Anoche se fue de fiesta con los compañeros y, cuando se levantó esta mañana, no se acordaba de dónde tiene la oficina -le aclaró Carmela.

En fin, que, entre la sordera de una y las horas extra que ha tenido que hacer la otra, hemos pasado una semana movidita.

El sábado por la noche, cuando subimos a darle las buenas noches a la Padilla, nos comentó asustada que había oído una voz extraña en la escalera.

-Mujer, ¿cómo vas a oír nada si estás sorda? -le recordó Brígida mientras María Victoria lo escribía en un papel.

-No le pongas lo de que esta sorda -le susurró Úrsula-. No hay que hurgar en la herida.

María Victoria cambió "sorda" por "gorda" y la lío más.

Esa misma noche, Carmela decidió quedarse a hacer las horas extra porque le estaba costando sacar la suciedad enquistada. Pasada la medianoche, cuando restregaba uno de los escalones, se encontró de frente con un romano. No entendía qué estaba pasando. Temió que la suciedad fuera incluso mucho más antigua de lo que había rebelado la auditoría y que eso estuviera atrayendo espíritus de épocas pasadas.

-Soy Cayo Julio César Augusto Germánico, pero me llaman Calígula. Emperador de Roma.

-Pues aquí no tienes nada que rascar ¡Sádico! -le gritó Carmela empuñando la fregona.

Aquel grito en medio de la noche nos despertó a todos y salimos a las escaleras, incluida la Padilla, que se desveló alertada por el dispositivo luminoso que le instaló Eisi en la cortina del cuarto.

-Pero ¿qué gritos son estos? -preguntó Úrsula.

-Hay un fantasma. Apareció cuando frotaba la suciedad de las escaleras -contó Carmela apuntando al romano.

-¿Qué dice? -preguntó la Padilla, pero, como no teníamos papel a mano, nos hicimos los longuis.

-Ay, pobrecita. Igual esa era la voz que dijo antes que escuchaba. Seguro que al perder oído ha desarrollado un sentido para percibir a los fantasmas -comentó Brígida.

-Pues como empiecen a salir espíritus de todas las épocas nos van a colapsar el ascensor -apuntó Eisi.

Ante esa posibilidad, todos a una decidimos ayudar a Carmela a quitar, cuanto antes, la suciedad de las escaleras y nos pasamos toda la madrugada de zafarrancho. A las seis de la mañana, aquello brillaba como nunca antes pero el romano todavía seguía allí.

-Ni con lejía se va el tipo este. A ver ¿qué hacemos con Petardus Maximus? -preguntó Eisi y, de repente, sonó un móvil.

-¿Qué pasó, tío? Sí, sí, estoy bien pero con el trajito ridículo que llevo estoy pasando un frío que, cuando bajaba al Carnaval, aproveché que una doña se dejó la puerta de su edificio abierta y me colé para entrar en calor. Pero ya voy. Vayan pidiéndome un ron -dijo Calígula y corrió escaleras abajo.