Cuando sea mayor quiero ser diputado, quiero ser político, de esos que ponen a dedo los partidos en sus listas cerradas y que luego, los tontos de los ciudadanos, cada cuatro años, votamos en las urnas. Son esas listas en las que caben todos. Los que tienen buen nivel intelectual y formación académica (los menos), los que nunca han trabajado ni se les conoce oficio, los que han aprendido en la Universidad de la vida, los enchufados, a los que hay que pagar favores, a los que se les puede sacar algún beneficio, a los hijos de alguien, para, en definitiva, conformar una lista de nombres cerrada en la que los votantes no podemos opinar ni decidir. Es la fórmula menos mala de todas, dicen ellos, para aplicar lo que conocen con el nombre de Democracia, esto es, el poder del pueblo.

Un parlamentario recién llegado a la política, en su primer año de profesión, cobra de sueldo anual unos 48.000 euros y un complemento medio de otros 9.000 euros en conceptos de dietas o asistencias a la cámara. Si lo comparamos con otro trabajador público, por ejemplo, sanitario, un médico residente de primer año en un hospital del Servicio Canario de la Salud tiene asignados unos emolumentos anuales de 16.000 euros. El político elegido lo es para un cargo de 4 años en que cobrará lo mismo desde el primer momento. El médico irá aumentando parcialmente cada año hasta los 5 años que dura su formación especializada. Y durante todo el tiempo es incompatible para ejercer otro tipo de trabajo mientras que el político puede simultanearlo. Podría ser de aplicación este mismo sistema a los políticos que empiezan y luego, cada año transcurrido, vayan aumentado sus salarios en función de sus años de experiencia y formación. Existiría un ahorro sustancial de los presupuestos.

Los médicos de un hospital público también tenemos una nómina como los políticos. Eso sí, con 11 meses de trabajo anual y uno de vacaciones reglamentarias. Ellos solo trabajan dos periodos hábiles en la legislatura, de cuatro meses cada uno, que suman 240 días al año en sesiones ordinarias. El resto del tiempo se dispondrá según la convocatoria de sesiones extraordinarias o de las comisiones existentes y la carga de trabajo que realizan va en función de lo que voluntariamente quieran hacer quedando a su propia decisión y responsabilidad. El político asistirá a una media de 3 sesiones a lo largo de un mes. Dos días consecutivos cada dos semanas para plenos ordinarios. En las otras dos semanas se convocan comisiones.

Nosotros en nuestra profesión realizamos consultas, intervenciones quirúrgicas, control de plantas de hospitalización, se hacen guardias de presencia física y a distancia, siempre fuera de la jornada ordinaria y que se cobran aparte, se elaboran proyectos de investigación, se imparte docencia a los residentes y postgraduados, se realizan consultas en los ambulatorios a donde nos desplazamos desde nuestros centros y un sinfín de labores más. Todo ello englobado en la nómina.

En contraposición, a nuestros parlamentarios, cada vez que acuden a una sesión o realizan alguna labor, se les compensa económicamente aparte. Si se trasladan de otras islas, se les abona el transporte marítimo o aéreo. Luego tienen unas dietas para su alimentación, algunos coches oficiales, plazas de aparcamientos, tanto en sede parlamentaria como en otros lugares y hasta en el aeropuerto, teléfonos móviles, ordenadores y tabletas electrónicas.

Yo pediría, también, que cuando acuda a pasar la consulta diaria, se me abone un traslado y que no tenga que utilizar mi coche privado y pagar el aparcamiento por ir a trabajar, que nos cuesta una media de 30 euros mensuales. Y que la comida que tengo que realizar en el recinto hospitalario cuando tengo que cubrir las ampliaciones de jornadas impuestas por ellos se me paguen en concepto de dietas. Y que las llamadas telefónicas que haga a mi familia se carguen al teléfono que me facilite la empresa. Y que cada vez que opere en quirófano se me abone aparte como hacen los políticos por efectuar su trabajo y por el que se les paga una nómina. Y que pueda mantenerme en mi puesto de trabajo al cumplir los 65 años de edad porque me encuentro en plenas facultades profesionales, lo mismo que los políticos, que parecen no tener nunca una edad de jubilación.

Yo quiero ser como los diputados que por realizar actividades, reuniones o visitas, cobre un dinero extra; y que por tener responsabilidades y gestión al frente de mi trabajo, perciba dietas por cada reunión o sesión celebrada como les pagan a ellos, que también son empleados públicos como yo. Quiero que mis pagas extras sean completas como las perciben los políticos y no me la rebajen. Y que cuando lleguen los recortes y congelación de salarios, se nos bajen a nosotros lo mismo que se les bajan a ellos. Y que me permitan acogerme a una dedicación exclusiva que se me abone de forma añadida.

Los médicos disponemos en los hospitales públicos de cuatro días al año para formación y reciclaje profesional para asistencia a congresos, cursos o simposium para adquirir los conocimientos que, además, la propia Administración nos exige para poder satisfacer las demandas de los pacientes con garantía y a la vanguardia tecnológica mundial. Y todo pagado personalmente o con la financiación externa de los presupuestos públicos. Un político puede disponer de muchos días para asistencias a reuniones, mesas, foros, congresos y otros menesteres, con viajes y estancia a cargo de los fondos públicos y con gastos de representación pagados con tarjetas de crédito oficiales, a las que se cargan muchos otros conceptos como nos tienen acostumbrados y conocemos.

Mamá, yo no quiero estudiar una carrera universitaria, ni especializarme, ni hacer un máster porque eso no da para comer. Yo quiero ser político, diputado o cualquier cargo de esos en los que te ponen en una lista y sales elegido, sin tener que apuntarme a la lista de paro y donde ganas bastante bien, y te tratan a cuerpo de rey, con coches oficiales y sales en los periódicos y haces viajes pagados en primera clase. Mamá, por favor, yo quiero ser diputado.

*Médico