El gallinero canario está revuelto porque la subvención del 75% al transporte de viajeros en Canarias está en peligro. No se sabe si esto es parte del postureo que siempre antecede a las negociaciones con final feliz o realmente hay tomate. Además y para confundir más al personal, la bronca entre los nacionalistas y los populares de Canarias, que se ponen a favor de las tesis de su partido en Madrid, se enreda en temas de fotogenia electoral.

Lo cierto es que Canarias cuenta cuando suma. Cuando se necesitan los votos nacionalistas para formar mayorías en el Congreso se nos hace más caso del que normalmente se nos dispensa. La historia, de ayer y de hoy de las islas, es un constante peregrinaje a Madrid. Las crónicas remotas nos hablan de comisiones de ilustres que iban a la villa y corte a mendigar, convencer y mercadear favores para esta tierra. Pasamos de la botella de chivas y los puros para el ministro de turno a los votos de Ana Oramas y Pedro Quevedo. Gran progreso.

El problema es cuando somos intrascendentes. Cuando esa cámara de los "lobbies"territoriales que es el Parlamento tiene las mayorías políticas necesarias para pasarse por el refajo a los nacionalistas vascos, catalanes o canarios, que son los que han ordeñado abundantemente las cuentas públicas. Porque la pasta la mueven dos fuerzas: los pactos, donde los territorios imponen su ley, o las afinidades políticas, donde un Gobierno favorece a las comunidades de su color frente a las adversarias.

Con el PP de Rajoy Galicia y Valencia vivieron su agosto de la misma manera de con el PSOE de Felipe González lo hizo Andalucía. Y con ambos, cuando hizo falta, entraron en juego los votos nacionalistas históricos e histéricos. Pero ahora, enredados en el tema de Cataluña -esa tragicomedia absurda que se eterniza- las cosas pintan feas. El auge de Ciudadanos, con el viento de cola de su éxito catalán y los avances de encuestas en el resto de España, ha disparado los trámites de divorcio con el PP. Albert Rivera se ha tirado al cuello de los populares, porque huele sangre. Y Rajoy, consciente del peligro, ha ordenado girar los cañones antiáreos. Hasta el PNV ha empezado a marcar distancia con los "talibanes" de Ciudadanos, poniendo sus fueros en remojo. Hay urnas, hay lío.

La primera consecuencia de ese divorcio es que no haya presupuestos generales del Estado. Y si no hay presupuestos, el voto de los canarios es absolutamente irrelevante. Lo cual que va significar que en el mapa mental de Montoro las Islas Canarias se van a volver, como en el "napa" de Gregorito, cagadas de mosca. Por eso no se ha firmado el nuevo convenio de carreteras. Y por eso muchas de las generosas dádivas de Madrid -disfrazadas de sensibilidad con un territorio tan distinto, tan distante, jardín de las Hespérides y leche merengada- se pueden desvanecer como humo.

Canarias vive, básicamente, del turismo y de la teta solidaria de los territorios ricos del Estado y de Europa. Y en los dos campos hemos desarrollado una industria de éxito. Hacemos agricultura turística: plantamos los hoteles y nos crecen los visitantes. Entre el terrorismo que se ha cargado a los países del Mediterráneo y nuestras excelentes condiciones climáticas -que de momento no hemos podido joder, pese a intentarlo con denuedo- estamos a reventar. En el asunto de la ayudas tampoco somos mancos. Las islas viven con cinco o seis mil millones que arramblamos cada año de forma regular: dinero de servicios transferidos, de subvenciones, programas, convenios o ayudas comunitarias.

Pero mientras el turismo parece ya plenamente consolidado como un sector floreciente, del que comemos aquí y hace más ricos a los de allá, la industria mendicante puede entrar en crisis. Un pobre desarmado tiene muchísimo menos poder de convicción que otro que te apunta a la cabeza con dos votos calibre 176. Si no hay nuevos presupuestos, el poder de Canarias decaerá y el proceso de lactancia corre peligro. Sin la teta de la solidaridad no hay paraíso.

La moraleja sería que, como en el terreno de la energía, Canarias debe aspirar a la autosuficiencia. A vivir con los recursos que podamos obtener de forma autónoma, dependiendo lo menos posible de un Estado cada vez más peninsular, atrabiliario y confuso, donde el egoísmo de los ricos se traduce en que quieren desprenderse de los pobres. O sea, nosotros. Como va a ser así, crucemos los dedos para que ese par de votos siga siendo necesario y sigamos escapando. Al fin y al cabo, ir escapando es nuestra tercera actividad de éxito mundial.