Cuando ya se tiene cierta edad y se habla coloquialmente entre amigos sobre qué número tiene cada cual en la famosa lista de espera, se está hablando, claro está, de la de sanidad; que si bien la de Canarias no es la peor de España, poco le falta; también es verdad que depende de la lista de la que hablemos, porque las hay para todos los gustos: ya sea de consultas externas de especialistas o de cirugía, o para una simple prueba diagnóstica, donde los plazos pueden variar entre meses y años según sea el caso.

El año pasado la famosa lista superó en España la dramática cifra de los 600.000 ciudadanos que esperaban para ser atendidos por un médico o para ser operados. Según los datos que aporta la propia Sanidad canaria, a fecha de diciembre de 2017, cerca de 600 pacientes aguardaban por una operación de neurocirugía, calculando que cada uno de ellos estaría unos 333 días en dicha lista; y si vemos el cuadro para consultas, la cifra se lanza a los 2.473 pacientes, más o menos. Da vergüenza ajena.

Ejemplos se pueden poner cientos. Todos impresentables e imperdonables, porque estamos hablando de la salud y del bienestar de las personas, las cuales, no lo olvidemos, han pagado mensualmente su contribución alícuota para mantener la Seguridad Social; y no es justo, y aunque haya quienes abusen tanto de las medicinas como de las visitas al médico, lo racional y lo normal es que el que va al doctor es porque lo necesita. La mayoría de las veces la sobredimensión de estas listas y los colapsos sanitarios a que está avocado nuestro sistema sanitario vienen por problemas de gestión y de planificación; aparte, claro está, por trabas administrativas derivadas de los distintos presupuestos que nunca llegan a tiempo, ni están acordes a las necesidades reales de cada situación.

Pero una cosa es contarlo, y otra muy distinta es padecerlo. Porque, como es evidente, no todos los ciudadanos pueden permitirse "el lujo" de pagar un seguro privado, o tener la suerte de morirse de forma natural sin apenas tener un resfriado, para favorecer en lo posible la descongestión de las salas de urgencias o de las listas de espera sanitaria. De los diversos ejemplos que se pueden citar les expongo el de un ciudadano cuyo caso viene a expresar la incapacidad de reacción que muchos de ellos padecen y sufren ante una situación kafkiana que les deja inanes ante tanta desidia y desesperanza.

Cuenta, vamos a suponer que se llama Miguel, que tras padecer a principios de marzo de 2017 intensos dolores a causa de varias hernias discales y lumbares, acudió a su médico de cabecera, el cual lo derivó al traumatólogo, quien lo vio transcurrido, asombrosamente, tan solo un mes más tarde; lógicamente, el especialista no dice ni mu si no tiene una prueba diagnóstica que le saque de la incertidumbre y le allane el camino de las probabilidades que tiene el arte de la medicina; por lo que, transcurridos cinco meses, como cinco soles, nuestro "paciente" Miguel le pudo llevar la citada prueba, la cual le clarificó el dictamen que debía tomar, que no era otro que derivarlo a su vez al neurocirujano, para cuya consulta le dieron cita para, exactamente, el 3 de marzo de 2020; eso, si no se muere antes por el camino o acaba en una silla de ruedas o también podría entre tanto ir a Lourdes e intentar conseguir algún milagro para su cura.

Ante tamaño despropósito el amigo Miguel puso una reclamación ante la Secretaría General Técnica del Gobierno de Canarias, a la que, por supuesto, no le hicieron ni puñetero caso; pasados casi tres meses sin respuesta, puso otra reclamación en el mismo lugar; hasta la fecha, no ha obtenido respuesta. Ciertamente que aún podría ir a un juzgado de guardia y poner una denuncia para pedir las responsabilidades a que diera lugar tamaño infortunio, así como por denegación de asistencia, dado el agravamiento de su enfermedad y la merma de su calidad de vida.

Claro está que, entonces, entraría en otra dinámica donde los litigios, los honorarios de abogados y procuradores, el tiempo y la salud se le volvería a diluir por el camino y se cumpliría aquella maldición gitana de: "pleitos tengas y los ganes"

Y, entretanto, y según denuncian públicamente los sindicatos, y mientras se gastan decenas de miles de euros en pagar a asesores que asesoran al político de turno, o mantienen pérdidas millonarias en empresas públicas, podemos ver cómo se amplía una población que ve sus procesos de enfermedad cronificados gracias a las interminables listas de espera sanitaria.

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