Ayer fue un día especial: millones de mujeres de todo el planeta participaron en acciones reivindicativas y propagandísticas, en una convocatoria dirigida a miles de millones de seres humanos, que quería demostrar la capacidad de las mujeres para detener el mundo, y que se manifestó con distintas estrategias y formatos en cada país. Ayer se vivió una singular huelga de género, la primera huelga mundial con verdadero recorrido. Algunos dicen que no ha servido para nada, pero es falso, los objetivos de esta convocatoria del ocho de marzo, Día Internacional de la Mujer, están más que cubiertos: la historia de la emancipación de las mujeres se construye sobre tres hitos claves, que son la lucha de las sufragistas por el derecho al voto; el acceso masivo de las mujeres a los puestos de trabajo de los hombres durante la segunda guerra mundial y el rechazo a abandonar esos puestos al terminar la guerra y volver los hombres del frente; y el descubrimiento de la píldora y la generalización de los métodos anticonceptivos para lograr el control de la reproducción. Derechos políticos, derechos laborales y derechos reproductivos de las mujeres aparecen en el siglo pasado, pero no cambian completamente el estado de la que algunas autoras feministas denominan "la segunda esclavitud".

Es cierto que desde mediados del siglo pasado el proceso de construcción de la autonomía de las mujeres ha sido imparable, con éxitos como el reconocimiento formal de la igualdad de derechos, la superación del control religioso, el acceso real al poder político, o las cuotas y las cremalleras asumidas socialmente como mecanismos de discriminación positiva. La explosión del caso Weinstein, el rechazo organizado (y mediático) del mundo cinematográfico al sometimiento sexual y a los abusos, se ha convertido en detonante de un debate por primera vez abierto y sin tapujos sobre las formas en que se perpetúa en las relaciones entre hombres y mujeres la dominación, el abuso, la agresión y a veces el asesinato.

Y luego está la cuestión clave, que es la de la desigualdad: una desigualdad obvia y asumida, que se sostiene sobre la segregación laboral, la diferencia en los salarios, el bloqueo de las posibilidades de ascenso profesional y un reparto absolutamente desigual de las cargas familiares, el trabajo doméstico y los cuidados de niños y ancianos. Mecanismos todos ellos que funcionan gracias al desentendimiento o la complicidad de los hombres.

Ayer fue un día especial. No solo porque esta huelga, que es muchísimo más que una huelga en el sentido clásico, suponga la primera manifestación realmente planetaria, y la más masiva de toda la Historia. También porque supone el inicio de un proceso revolucionario imparable, porque es también un proceso íntimo de aceptación de tabúes y superación de complejos y miedos masculinos, que persigue la verdadera igualdad entre hombres y mujeres, la superación de un estigma social y cultural que acompaña a la Humanidad desde el inicio del neolítico, hace 9.000 años, cuando la acumulación de excedentes agrícolas, el sedentarismo y la aparición de la propiedad convirtieron a las mujeres en cautivas del patriarcado.

Ayer fue un día realmente histórico, un día que será recordado como el más importante en la larga marcha de las mujeres por dotarse de una conciencia colectiva y recuperar la autonomía y el orgullo. Ayer vivimos el inicio de la primera revolución planetaria y pacífica. No debería sorprender a nadie que sean las mujeres las que la protagonicen.