"Queremos hacer un ciclo tuyo en el Instituto Cervantes de Bucarest". La reunión empezaba fuerte y, la verdad, sentí un poco de vértigo. Yo argumenté, un poco apabullado por la propuesta, que se podía proyectar alguna película mía y tener algún coloquio, pero no los convencí. Querían hacer un ciclo y acabar el ocho de marzo, el Día de la Mujer, con la proyección del documental "Embarazada en Rumanía". Eso me encantó, no podía haber mejor día.

Y así fue. El ciclo comenzó con la proyección de mi última película -"Hawaii"-, que llenó la sala y provocó un ameno y entretenido coloquio final. Se habló de Rumanía, de los últimos años del comunismo, y la gente recordó el miedo y las restricciones de su vida bajo el régimen de Ceausescu.

Los siguientes lunes se proyectaron la infantil "Carlitos y el campo de los sueños", la comedia "Nasa", que fue la película rumana más taquillera en 2012 y la rumano-americana "Far from Here". Y así, el ciclo llegó al momento que a mí me parecía más importante: la proyección del documental "Embarazada en Rumanía" en el Día de la Mujer.

Llegué a la sala media hora antes del inicio del evento, según el plan previsto; allí estaban la directora del Instituto Cervantes y todo su equipo; el embajador de España, la secretaria de Estado de Rumanía para Exteriores y las dos personas con las que iba a compartir el coloquio posterior: la secretaria de Estado de Rumanía para la Igualdad de la Mujer y la directora de una fundación que lucha por la igualdad de oportunidades de las mujeres. Un cuarto de hora después empezaron a entrar las verdaderas protagonistas; mujeres de todas las edades y posiciones sociales llenaron la sala para ver el preestreno del documental.

La película empezó después de las breves presentaciones de las autoridades y fue desgranando cómo en Rumanía acceder a la sanidad pública, aunque esta sea oficialmente gratuita, exige en el día a día pagar pequeños sobornos al personal sanitario. A los médicos se les da un sobre con doscientos euros y al resto se les va metiendo la gratificación en el bolsillo; nada legal, todo habitual. También recorría la cámara del documental pueblos y ciudades en los que mostraba la total ausencia de guarderías públicas, lo que obligaba a las mujeres a quedarse en casa cuidando de sus hijos. Florentina, con dieciocho años, embarazada de seis meses y con un hijo de dos, nos contaba que no se había hecho ninguna ecografía. Mientras, una vecina suya, embarazada de siete meses, nos relataba que ella tampoco porque no podía pagar los quince euros que le pedían y, además, se encontraba bien, luego no pensaba que fuera necesario. La falta de educación y de recursos arrasa allá por donde pasa.

Las mujeres también nos contaban en el documental cómo se las discriminaba en el trabajo, como se incumplían reiteradamente todos sus derechos durante la maternidad y de forma posterior. Elena, de Timisoara, pidió (tal y como la ley prevé) trabajar seis horas para poder estar más tiempo con su hijo, a lo que su jefe le indicó que trabajara la jornada completa o se fuera a casa. El miedo, la inseguridad y el nulo apoyo gubernamental dejan a las mujeres abandonadas a su suerte.

El documental seguía mostrando el día a día de las mujeres rumanas, mientras yo notaba cómo las mujeres (y los hombres) de la sala se indignaban al ver la discriminación y la desigualdad en la pantalla, sin embargo ninguna de las mujeres que hablaban en el documental se quejaba; al contrario, mostraban con su mejor cara su disposición a llevar su vida de la mejor manera posible aunque las condiciones fueran, en algunos casos, pavorosas. La dignidad que emanaban era brutal.

El documental finalizó, las luces se encendieron y yo me preparé para el coloquio. La secretaria de Estado para la Igualdad, no muy contenta con lo que mostraba el documental, se sentó a mi izquierda y la directora de la fundación a mi derecha. Las preguntas empezaron y las mujeres de la sala mostraban que se habían sentido reflejadas en el documental, por lo que habían visto, estaban enfadadas, indignadas al ver a niñas sin acceso a una ecografía o a mujeres cerca de los cuarenta perder su trabajo por estar embarazadas. Pero sobre todo al comprobar que la mortalidad infantil en Rumanía triplica la media de la Unión Europea. Por el hecho de llamarse Bogdan o Raluca esos niños tenían mayor probabilidad de morir que si se llamaran Peter o Esperanza y hubieran nacido en los ricos países del oeste europeo.

Yo me declaré avergonzado de ser europeo, de pertenecer a un club rico como Europa que deja que dentro de sus fronteras los niños fallezcan por el mero hecho de nacer en el país equivocado, por dejar que negociemos quién paga los miles de millones del "brexit", pero no dedicar unos cientos a erradicar esa inconcebible mortalidad infantil. La directora de la fundación se mostró horrorizada y aplaudió el documental como una herramienta para mostrar la realidad. Y así llegó el turno de la secretaria de Estado de Rumanía para la Igualdad de la Mujer quien, en un tono calmado y político, despojado de alma y de empatía, narró las leyes que habían desarrollado con todos sus epígrafes, los avances que se habían implementado, enumeró punto por punto las decisiones que habían tomado y, de forma consecuente, concluyó que, lógicamente, si las mujeres pagaban sobornos a los médicos era su responsabilidad, que si no denunciaban a sus jefes era dejadez y que si las niñas y adolescentes se quedaban embarazadas a pesar del plan que habían desarrollado era, obviamente, culpa de las adolescentes. La culpa era de las mujeres. Las mujeres y hombres de la sala, después de escuchar indignados a la responsable del gobierno, contaron sus casos. Demostraron así que el gobierno rumano (o por lo menos la secretaria de Estado) estaba, por desgracia, muy lejos de la realidad, a lo que la política argumentó que el problema era el documental, que era sesgado, y me invitó a hacer otro documental con otro punto de vista? el suyo. Así procedió a narrarme cómo estaban las cosas? al menos lo intentó, porque los espectadores no aceptaron más propaganda y yo le repliqué que había perdido una oportunidad única de escuchar y ver un poco de realidad lejos del coche oficial. Como respuesta se cruzó de brazos y mostró su enfado; no hizo más comentarios.

Los documentales no cambian el mundo, pero pueden hacer que meditemos unos segundos, unos minutos; y mucha gente dándole vueltas a algo puede hacer que algunas cosas cambien; también que poca gente con mucho poder piense un poco sobre algo puede hacer que muchísimas cosas cambien. La secretaria de Estado, una mujer con mucho poder, al acabar, me dio la mano con toda la frialdad que pudo, ignoró a las mujeres de la sala (ya había ignorado a las del documental) y se fue dando un portazo virtual a todo lo que había pasado allí. Ella valoró, probablemente, que el coloquio era su momento para contar lo que pensaba y se dio de bruces con la realidad; no se dio cuenta de que era el Día de la Mujer, un día para escuchar, un día para pensar y así dedicar los otros trescientos sesenta y cuatro días del año a hacer. Pero, probablemente, si ese día no pensó, los otros tampoco hará.