No son buenos tiempos para la lírica. En realidad, para nada. Mientras toda España se estremece con la trágica historia del asesinato de un niño -retransmitido de pe a pa por los medios de comunicación- tres fuerzas políticas, PSOE, Podemos y PNV, se plantean acabar con esa modalidad de cadena perpetua que en este país, tan amigo de lo políticamente correcto, denominamos "prisión permanente revisable".

Reconozco el valor de los políticos que se plantean ir a contracorriente y que sitúan, por encima de sus intereses electorales, sus convicciones. Esa admiración no se aminora porque no esté de acuerdo con lo que defienden. Me pasó con Pablo Iglesias, que eligió casi el suicidio político defendiendo el derecho a la consulta sobre la independencia en Cataluña, aunque luego hizo un repliegue estratégico situándose en una ambigua postura equidistante entre los españolistas y los soberanistas. Y me pasa ahora con los partidos que defienden acabar con la prisión permanente porque creen, por encima de todo, que la justicia no es venganza y que la posibilidad de reinserción es un pilar fundamental del sistema penitenciario. Defender eso con la que está cayendo; con la gran audiencia de todo el país bramando contra la asesina de un niño y con las familias de jóvenes violadas y asesinadas recogiendo firmas, requiere de una enorme coherencia y valor político.

Desde el respeto, no estoy de acuerdo con ellos. Hemos endurecido de forma extrema las condenas por corrupción política. Y eso ha sido consecuencia de un clima social de alarma y cabreo. Leer que el canalla que mató a Diana Quer especula en carta con que en siete años puede estar en la calle es indignante. Pero no se equivoca demasiado. Y eso es inaceptable. Quien arrebata fríamente una vida no puede vivir en sociedad. La reinserción no se puede construir sobre la sangre. El condenado se podrá arrepentir y podrá reencauzar su vida, pero entre rejas. Porque el daño que ha causado es tan irreparable que no puede existir compensación.

Es verdad que la gravedad de esa pena -prisión perpetua- solo debiera aplicarse en crímenes especialmente horribles. Pero los hay, desgraciadamente. Los políticos dicen que un sistema penal como el nuestro que ya contempla condenas de cuarenta años puede ser efectivo. ¿Y por qué cuarenta y no cincuenta. O cien? Lo que está en cuestión es que los asesinos no puedan volver a pisar la calle en la misma medida en que sus víctimas ya nunca saldrán del cementerio. El muerto al hoyo, pero el vivo nunca más al bollo. Llamar a eso venganza o justicia es una cuestión de pura semántica.

Es cierto que no se debe legislar en caliente. Y que las modas inducen a meter la pata. Pero se les llena la boca diciendo que el pueblo español es el titular de la justicia. Pues, bien, que le pregunten al pueblo si está por que los asesinos se pudran en las cárceles.