Representa una de las figuras más destacadas y respetadas del género negro. Petros Márkaris (Estambul, 1937) se envuelve en una apariencia delgada y frágil, que tan pronto desprende tranquilidad y humanidad como se revuelve y asoma una firme conciencia crítica, una característica que siempre lo ha acompañado.

Dramaturgo de prestigio, su verdadero éxito le ha llegado con la serie de novelas policiacas protagonizadas por el comisario Kostas Jaritos, que se han convertido en referentes para cualquier amante del género.

El pasado jueves intervino en la tercera edición del festival Tenerife Noir con "Expediente: OFFSHORE. Crónica de la Europa actual" y en el mismo acto se le hizo entrega del Premio Negra y Criminal, un sombrero borsalino, que comparte con la escritora Alicia Giménez Bartlett y con el que se honra la trayectoria de un autor imprescindible para el género, un galardón que Márkaris agradeció le impusiera Paco Camarasa.

En la mañana de ayer participaba en un coloquio sobre la novela negra con un grupo de alumnos de Secundaria y sobre ese encuentro manifestó sentirse "encantado" con la experiencia.

Márkaris, que ha repetido el profundo hastío que le provoca tener que reflexionar una y otra vez sobre la crisis de su país, no esconde que aquellas situaciones sociales le producen una reacción de enfado que son, precisamente, las que le inspiran para crear sus relatos.

"Vivimos en una época en la que el crimen se ve como algo legal, los delincuentes deambulan libres en una sociedad que lo permite", señalaba, al tiempo que consideraba que los políticos no van a ser capaces de resolver una crisis como la griega, porque esta situació, desde su perspectiva, solo puede solucionarse "con un milagro".

Este creador reconoce que el género narrativo que utiliza en sus obras, la novela denominada negra, le resulta ideal para entrelazar la crítica política con las historias artísticas, una técnica que, según confiesa, aprendió del escritor Manuel Vázquez Montalbán.

"Dejar de escribir sería como un suicidio", sentenciaba Márkaris, quien considera que la literatura, como otras manifestaciones artísticas, no puede cambiar el mundo, pero "sí tiene la capacidad de provocar que la gente se cuestione cosas a partir de preguntas y llevarlos así a reflexionar y pensar".

La relación que establece como creador con el personaje del comisario Katos Jaritos la sintetiza en que "ambos traducimos la esencia de la ciudad, Atenas, a partir de una mirada irónica y distante", pero no hay muchas más conexiones entre ellos, dice, y hasta difiere con él en cómo afronta las relaciones familiares, que en el comisario entiende resultan "más cercanas a las que establecían mis padres".

A su juicio "vivimos en una sociedad donde todo se acepta", razón por la que concluye en afirmar que "hemos perdido la capacidad de sospechar, de plantearnos dudas", de manera que cuando suceden acontecimientos graves y relevantes, "como no los llegamos a entender, terminamos por no prestarles la más mínima atención".

En un escenario poblado de hambre y desesperación, este escritor percibe que la gente arrastra un "enorme desencanto", marcado por sentimientos como la ira y la desesperación. Es así que, como consecuencia de la falta de esperanza, "no existe capacidad para pensar de manera racional" y, en este orden de cosas, las soluciones no resultan nada fáciles, mientras "las medidas que se aplican no resuelven la naturaleza de los problemas".

Para Márkaris, "los líderes políticos de Europa solo piensan y actúan en clave económica y han abandonado la práctica de la política". Y tal es así que las personas han terminado "convertidas en números y porcentajes para las estadísticas; la clase media se ha destruido y esos números son una mierda".

Tiempo atrás, cuando la religión representaba un factor de influencia en el orden social, "bastaba con confesarse para alcanzar la absolución. Hoy en día, las inversiones se han convertido en la verdadera y casi única absolución", subraya.

Márkaris no ve demasiadas alternativas para cambiar el sistema y asegura tener miedo. No considera que sea tanto un problema inherente al sistema capitalista como "de regulación", señala, de la ausencia de reglas. "La sociedad está perdida", concluye.

Ahora se aplica en su último trabajo, que, según adelantó, lleva por título "La edad de la hipocresía", una declaración de intenciones.