El escritor Alberto Vázquez-Figueroa recupera su pasión por la aventura en "Bajamar", una historia en la que novela las vivencias de su familia tras el estallido de la Guerra Civil española y que ante todo, puntualiza, es un relato dedicado a los emigrantes y a su vida de ida y vuelta.

Vázquez-Figueroa precisa en una entrevista a EFE que "Bajamar", que publica Arzalia Ediciones, no pretende ser un estudio histórico de aquella época, pues "lo que me interesa es la historia de ida y vuelta" de los emigrantes, que van de un lado a otro, desarraigados de su tierra natal, muchas veces por motivos políticos.

"Bajamar" tampoco tiene nada que ver con la recuperación de la memoria histórica "que no me interesa nada", advierte, sino de ese tránsito de canarios hacia la Península o Venezuela, entonces "un paraíso" pero que "ahora resulta que es un infierno y muchos han tenido que emprender el camino de regreso".

Es en realidad la historia de la familia del autor de "Tuareg", que ha construido una saga

-la de Bernardo Ríos y María Bonfante- a la que los acontecimientos históricos mueven hacia Europa, África y América.

Cuando se enfrentó a la escritura de "Bajamar", el autor tinerfeño retrocedió en el tiempo hasta la niñez de su madre, que nació en el faro del islote de Lobos, donde trabajaba su padre y donde ella y sus tres hermanos pasaron la Primera Guerra Mundial.

"Mi abuelo aprovechaba las grandes bajamares de septiembre para coger pulpo y un día encontró en una cueva una moneda con una esfinge de Cleopatra Selene II, hija de la famosa Cleopatra, por un lado, y por el otro la efigie del rey Juba de Mauritania", detalla Vázquez-Figueroa.

Y la que sería madre del escritor, entonces una niña, encontró a menudo pedazos de ánfora romana y otras cerámicas mientras jugaba en Lobos, en lo que actualmente es un yacimiento arqueológico, relata el autor de "Coltán", quien rememora cómo ella siempre mantuvo esa obsesión y leía todo lo que Herodoto contaba de Canarias.

Posteriormente la familia partió hacia Santa Cruz de Tenerife, donde nació Vázquez-Figueroa en noviembre de 1936 mientras su padre y sus tíos estaban encarcelados en Fyffes, un antiguo almacenamiento de plátanos reconvertido en prisión militar tras el estallido de la Guerra Civil.

"Había tanta hambre que mi madre se comió todos los gatos que había en los alrededores de la plaza de toros" y por ello, cuando el pequeño Alberto correteaba por la ciudad le decían que tenía sangre de felino.

Más tarde su padre fue enviado al campo de concentración de Villa Cisneros y, estando allí, los presos se amotinaron y tomaron por asalto el buque "Viera y Clavijo", que era el correo que los unía a las islas, y lo desviaron a Dakar, entonces colonia francesa, desde donde planeó su exilio a Venezuela.

"Por ello mi abuelo siempre fue acusado de piratería. Somos pocos los que podemos presumir de tener un abuelo pirata que además ni tenía parche en el ojo, ni pata de palo aunque, eso sí, era bastante miope", bromea Vázquez-Figueroa.

En resumen, la historia de unos canarios que sufren muchas dificultades y una muestra de que "todos estamos al servicio de unos gobiernos que se corrompen, y una muestra de que estamos hartos de ser siempre una marioneta en manos de los mismos", advierte el escritor.

Por ello subraya la que considera frase más importante de "Bajamar": los hombres nacen, crecen, mueren y se corrompen; los gobiernos nacen, crecen, se corrompen y mueren.

"Es el ejemplo de España: con la República llegó el general (en alusión a Franco), éste murió, vino la democracia y ahora todo el mundo está harto de tanta corrupción. Si nos descuidamos aparece otro militar y da un golpe de estado", apunta Vázquez-Figueroa.