Por estos días hurgo en los anales de nuestros pueblos en una expresión cultural y piadosa -el orden de los adjetivos no implica jerarquía de valores- que evoca la Pasión y Muerte de Jesús, la humanidad del Hijo del Hombre en las secuencias que llevan a la Resurrección en el Domingo de Gloria.

Pese a las reticencias de ciertas progresías, resulta adecuado y ético localizar en los cultos tradicionales y, sobre todo en las procesiones, la sublimación de los dolores y angustias humanas para, "con templanza y paciencia, sostener las esperanzas". Así pues, recuerdo escenas de anual solemnidad en las tardes de Las Palmas, con las elegantes tallas de Luján Pérez y, en los ocasos de la Isla Baja, con el barroco elemental y expresivo de Alonso de la Raya y Blas Ravelo; las inolvidables madrugadas con el impresionante Cristo de La Laguna y los amaneceres del Viernes con el Señor de las Siete Palabras, la talla de mayor estatura, que recorre sin trono y en severo Vía Crucis el centro de Santa Cruz de La Palma.

En la capital palmera se observa un riguroso orden de las escenas de la Pasión -Entrada en Jerusalem, Oración del Huerto, Cristo preso, Flagelación, Nazareno y Caída, Piedra Fría, Crucifixión, Piedad y Santo Entierro- que dan a los artísticos desfiles añadidos valores catequéticos. Las parroquias locales mantienen sus cultos propios e, incluso, algunas procesiones, y todas se suman finalmente en el magno cortejo del Viernes Santo y en la ceremonia del Enterramiento.

Con el respaldo del cielo azul, el espeso pinar y las piedras seculares, entre las excepciones y con rango de acontecimiento, se contempló, otra vez ayer, el Calvario del Amparo, feliz agrupación contemporánea de tres imágenes singulares; la Virgen y San Juan, esculpidas en las pautas tardogóticas que se mantuvieron durante el siglo XVI en los Países Bajos del Sur, y el sublime Cristo (uno de los más bellos crucificados que conozco) que, con signos del llamado estilo nórdico, anticipa también claves manieristas y profetiza el conmovedor dramatismo de la cristología andaluza, iniciada por los artistas de origen flamenco que radicaron en Andalucía, al igual que otros en el Levante, las Castillas y la cornisa cantábrica, donde abrieron activos talleres.